Análisis

La ruptura de los bloques

Si el acuerdo PSC-JxCat estallara antes del jueves, cuando se constituye la Diputación, la política catalana perdería aún más la escasa seriedad que le queda

David Bonvehí y Ferran Bel, a la salida de la reunión.

David Bonvehí y Ferran Bel, a la salida de la reunión. / periodico

José A. Sorolla

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La larga lucha entre los dos principales partidos independentistas para conseguir, ya que no la independencia, al menos la hegemonía vive un nuevo capítulo a propósito del pacto firmado el viernes entre el PSC y Junts per Catalunya (JxCat) para gobernar la Diputación de Barcelona. Es una batalla más, pero esta es mucho más importante porque la Diputación es la tercera institución catalana en volumen de presupuesto (casi mil millones, tras los 30.000 del Govern y los 2.500 del Ayuntamiento de Barcelona). Como dice el vicepresidente del Govern, Pere Aragonés, “esto no va de sillas”, pero se cuida de añadir: “Va de millones”. En lugar de eso, sostiene que va de tener “la tercera institución del país alineada con la estrategia independentista”.

ERC ha respondido al pacto PSC-Junts con un enfado monumental. Tanto como el que los republicanos exhibieron al consumarse la reelección de Ada Colau con el apoyo socialista y de los tres concejales de Manuel Valls. Pero entonces ERC aseguró que el enfado se debía a que el mantenimiento de la política de bloques impedía la elección del candidato más votado, Ernest Maragall, mientras que ahora reivindica la política de bloques –la alineación con la estrategia independentista- para evitar que el partido más votado, el PSC, encabece la Diputación, lo que hará, si no fracasa el pacto con JxCat, precisamente rompiendo la política de bloques.

Si el acuerdo PSC-Junts estallara antes del jueves, cuando se constituye la Diputación, la política catalana perdería aún más la escasa seriedad que le queda. Para que haya ruptura, ERC ha llegado a ofrecer a JxCat la presidencia de la institución, pero los posconvergentes piden <strong>la reversión de todos los acuerdos municipales</strong> en los que tanto unos como otros pactaron con los “partidos del 155”, sobre todo con el PSC. Por estos pactos, Junts ha perdido 27 alcaldías en las que fue la lista más votada -destacan Sant Cugat, Figueres y Tàrrega-, mientras que ERC fue desplazada en siete. Pero en el fondo todo es un artificio porque, para que JxCat presidiera la Diputación, como le ofrece in extremis ERC, necesitaría los votos de los 'comuns', que en ningún caso están dispuestos a votar a un posconvergente.

Ante este galimatías y ante la expresión más descarnada de la lucha por el poder, no puede extrañar que Elsa Artadi califique la situación de “triste espectáculo”, admita que la unidad independentista “está más lejos que nunca” y que “ha tocado fondo” o confiese que “la gente ya no entiende nada”. Pero la división no solo afecta a ERC y a JxCat. Dentro del espacio posconvergente, lo más sorprendente es que mientras el president de Waterloo, Carles Puigdemont, calla, sus peones principales se rasgan las vestiduras denunciando la reaparición de la sociovergencia, un cadáver exquisito que en las actuales circunstancias es imposible que resucite. Ojalá el pacto PSC-Junts fuera un indicio de que se camina hacia la única solución posible para Catalunya, la ruptura de los bloques, pero todo indica que esa apuesta está lejos de ponerse sobre la mesa.