La inmersión lingüística

Atrapados en el identitarismo

La inmersión, con la excusa de dar oportunidades a los niños castellanohablantes, de garantizar que todo el mundo aprenda catalán, lo que persigue es el sueño del monolingüismo

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Joaquim Coll

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Hecho jirones el sueño de la independencia, los nacionalistas arrecían con una nueva campaña agónica sobre el futuro del catalán. “Una lengua enferma que se nos muere”, exclaman algunos; y todo porque según un estudio de una entidad secesionista (Plataforma per la Llengua) solo el 14,6% de las conversaciones en los patios de las escuelas son en catalán. ¿Qué hacemos ahora?, se preguntan. Si con la inmersión habían logrado limitar el uso del castellano a unas pocas horas en la escuela, resulta que se cuela en el tiempo libre y ocio incluso entre los jóvenes catalanohablantes. Pero que nadie se alarme. El anuncio de la apocalipsis lingüística, que TV-3 alimentó hace unos días con un reportaje, es solo propaganda. El resumen de todos los datos disponibles es que el catalán nunca ha estado mejor que ahora. Así pues, ¿a qué viene tanta intoxicación? Primero, a satisfacer la psicología del público nacionalista que necesita dosis periódicas de victimismo para mantener prietas las filas. Segundo, a mantener políticamente secuestrado el catalán. Y, tercero, a cerrar cualquier posibilidad de abrir un debate racional sobre el modelo lingüístico escolar.

El catalán no está enfermo, sino que es una lengua vigorosa y socialmente útil que en el siglo XX ha cerrado un auténtico siglo de oro a pesar del franquismo. Los catalanohablantes no estamos limitados más que por el peso demográfico de una lengua pequeña en un mundo globalizado. Nada muy diferente a los problemas que aquejan a otros idiomas. Quien está enferma no es la lengua sino la sociedad catalana, o por lo menos una parte muy sustancial de ella. El mal se llama reducción de la catalanidad a una sola lengua y cultura, mientras se considera al castellano y a todo lo español como una amenaza y se priva de sus derechos lingüísticos a los catalanes castellanohablantes. El resultado es un modelo de “escola catalana en llengua i continguts” (se enfatiza siempre) que vive de espaldas a la realidad bilingüe no porque el catalán necesite para su progreso excluir al castellano de la educación sino porque para los nacionalistas la lengua de la mitad de los catalanes es un estorbo. Por la misma razón que las nuevas hornadas de políticos soberanistas se muestran reticentes a hablar en castellano, idioma que en algunos casos, sobre todo si son de la Catalunya interior, dominan de forma deficiente. La inmersión, con la excusa de dar oportunidades a los niños castellanohablantes, de garantizar que todo el mundo aprenda catalán, como si solo hubiera un camino pedagógico para ello, lo que persigue es el sueño del monolingüismo.

Trilingüismo en las escuelas

Ahora bien, el debate social es contradictorio porque la inmersión se ha convertido en un término salvífico, cuya cara oculta, la exclusión ideológica del castellano como lengua vehicular, a muchos les cuesta reconocer. Aunque nadie dice querer una escuela monolingüe y hay una inmensa mayoría social en las encuestas a favor del trilingüismo, las criticas son a menudo mal comprendidas. Son tantas las veces que desde los medios de comunicación, partidos y sindicatos de enseñanza hemos oído afirmar que la escuela catalana era un modelo de cohesión y éxito, que muchos padres y maestros prefieren no hacerse preguntas incómodas. ¿Es normal que se diga que el castellano ya lo aprenden en el patio cuando algún tutor se muestra inquieto sobre su aprendizaje en las reuniones con los equipos escolares? ¿Tiene algún sentido que en entornos catalanohablantes se hagan inmersión en lugar de reforzar el dominio del castellano e inglés? ¿El monolingüismo escolar no convierte al catalán en una lengua demasiado formal y hasta antipática entre una parte de los adolescentes? ¿Por qué no se acepta que ambas lenguas sean vehiculares y que su proporción sea variable en función de criterios compensatorios respetando siempre unos mínimos?

El drama es que la izquierda catalanista, aunque no comparte el objetivo monolingüe del nacionalismo, no quiere dar la batalla sociopolítica y prefiere refugiarse en la “flexibilización” del modelo. Tal vez no sea una mala estrategia porque el debate racional no es posible y la inmersión se ha convertido en un tótem de la catalanidad y un tabú político, reflejo de una sociedad atrapada en el indentitarismo. Socialistas y comunes temen que les acusen de comprar las posiciones de PP y Cs, que defienden el bilingüismo y la aplicación de las sentencias del TSJC. La inmersión pudo haber tenido sentido en entornos metropolitanos y por un tiempo limitado pero no como un modelo general y permanente. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.