LA INVESTIDURA

Cuestión de confianza

Lo que vamos a comprobar es si los cimientos que PSOE y Podemos colocaron con la moción de censura soportan las expectativas de izquierda del 28-A

Pablo Iglesias, ante Pedro Sánchez, en una imagen del pasado octubre, en el Congreso de los Diputados.

Pablo Iglesias, ante Pedro Sánchez, en una imagen del pasado octubre, en el Congreso de los Diputados. / periodico

Inma Carretero

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Cuentan que cuando Pedro Sánchez intentaba formar Gobierno en la primavera del 2016 se sorprendía una y otra vez con los usos de Pablo Iglesias: cada vez que recibía un SMS del líder de Podemos era porque dos minutos después estaba comunicándolo, debidamente agrandado, en alguna televisión. Eran mensajes pensados para la galería en una negociación que nunca llegó a ser tal y que arrancó con aquella rueda de prensa en la que Iglesias pidió medio Gobierno, el CNI incluido, mientras Sánchez se quedaba a cuadros en la audiencia con el Rey, que fue quien le puso al día. Aquello acabó tan mal como empezó por mucho que los socialistas recuerden que Iglesias salió de la última reunión diciendo que todo había ido bien. Nos fuimos a elecciones.

Por aquel entonces Podemos salivaba con el 'sorpasso' y fueron tantos los desplantes y portazos a Sánchez que el propio presidente se sorprende en su libro de la complicidad que lograron trabar después la moción de censura. La relación fluía en todos los niveles y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, logró la sintonía con Pablo Echenique para sellar un acuerdo presupuestario, y Adriana Lastra Irene Montero hicieron lo propio en el día a día del Congreso.

Puede decirse que el Gobierno piloto que nació de la alianza para echar a Mariano Rajoy se estaba convirtiendo, así lo admitían en privado algunos ministros, en una base de trabajo para un futuro que, para muchos en el PSOE, pasaba por compartir Ejecutivo. Antes de la corriente de voto útil en favor de Sánchez en las generales, había cargos socialistas que entendían que la estabilidad solo podría llegar a través de una coalición como la que ahora rechazan de plano, a pesar de que la única línea roja de Podemos es participar de las deliberaciones del Consejo de Ministros. Nada que ver con el 2016, cuando pusieron el derecho a decidir como condición sine qua non y situaron a Sánchez en un callejón sin salida.

Anticuerpos en Cs

El referéndum no está sobre la mesa, pero la crisis catalana es uno de los argumentos que recitan los socialistas para negarse a lo que antes veían como un signo natural de los tiempos, que era compartir Gobierno. Alegan también que las urnas no le dieron a Iglesias los votos necesarios para sumar lo que le falta a Sánchez y que la presencia de ministros morados generaría anticuerpos en grupos como Ciudadanos, que podrían ayudar, dicen, a aprobar medidas durante la legislatura. En definitiva, temen los socialistas quedarse atrapados en una única ecuación, atados no solo a Iglesias, sino a los soberanistas y a las circunstancias que les rodeen en cada momento.

Argumentos hay para todos los gustos, pero las matemáticas son inapelables: los 42 escaños de Podemos no son suficientes, pero sí imprescindibles para la investidura en este momento. Lo saben ambos partidos y lo saben sus líderes. Lo que realmente vamos a comprobar en las próximas semanas es si los cimientos que empezaron a colocar el 1 de junio del 2018 tienen solidez como para soportar las expectativas de izquierda del 28-A. Todo es cuestión de confianza entre ambos, 13 meses después de la moción de censura.