Pérdida de popularidad del primer ministro griego

Salvar al soldado Tsipras

El descenso en intención de voto de Syriza se explica, en parte, por la domesticación de la izquierda radical que representaba y haberse convertido en un partido más del sistema

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Héctor Sánchez Margalef

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Salvar a Tsipras puede que ya no sea posible. El mito cayó en combate hace tiempo pero, después de cinco años de gobierno y de la domesticación de la izquierda radical que ha representado Syriza, bien vale la pena intentarlo. Al menos desde la Comisión Europea, conscientes de que tienen algunas deudas pendientes con un país y un primer ministro doblegados hasta la extenuación.

La Syriza original se erigió en azote de la austeridad y de la troika. Después de los resultados conseguidos en las elecciones al Parlamento Europeo del 2014, cuando quedó claro que su llegada al poder era cuestión de meses, la izquierda europea se regodeaba en el optimismo de ver cómo los partidos a la izquierda de la socialdemocracia avanzaban posiciones en el sur de Europa y parecía que podían llegar a tener influencia en los respectivos escenarios nacionales. Grecia era el primer país de la UE que tendría un Gobierno de izquierda alternativa. Podemos emergía con fuerza en España e incluso se hacía fuerte a nivel territorial, y en Portugal las dos fuerzas de izquierda no socialdemócratas empujaron al partido socialista hacia una alianza de izquierdas sin precedentes en el país: se hablaba del modelo portugués.

Tsipras no pudo cumplir la promesa de revertir la austeridad con la que había ganado las elecciones porque, para su desgracia, se encontró totalmente solo en el Consejo Europeo; y si tenemos en cuenta la versión del entonces ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, nadie quería cambiar ni una coma de los memorandos que la troika había firmado con anteriores gobiernos. Sin embargo, Tsipras tenía tal capital político acumulado y sus rivales estaban tan desacreditados que ganó otros comicios, a pesar de su dramático giro en el referéndum, de julio del 2015, contra el acuerdo ofrecido por la troika a una Grecia al borde del corralito. El primer ministro hizo campaña por el 'no' a un acuerdo que después acabo aceptando y, aun así, ganó las elecciones de setiembre de aquel mismo año. Ahí empezó la domesticación de la alternativa que Syriza representaba y, con ella, la misión de salvar al soldado Tsipras.

Fin del rescate

Pese al último rescate, la economía griega sigue siendo muy susceptible de sufrir otro descalabro ante una nueva crisis financiera: la deuda sigue siendo impagable, las condiciones de vida de los griegos no se han recuperado en absoluto -de hecho, Grecia perdió el 25% de su PIB entre el 2010 y el 2014-; el desempleo juvenil sigue a niveles inaguantables desencadenando una gran fuga de cerebros; y el riesgo de vivir en la pobreza es más alto que cuando empezó la crisis. Sin embargo, es cierto que bajo el mandato de Tsipras, el país ha abandonado el mecanismo de rescate, cumplido con las demandas de la troika, reducido el paro tímidamente y ha conseguido alcanzar un ligero superávit primario.

Además, Tsipras ha puesto fin al contencioso por el nombre de Macedonia respaldado por todos los actores internacionales relevantes. Firmó el acuerdo de Prespa en junio del 2018 en el que reconocía a FYROM (por sus siglas en inglés) como Macedonia del Norte permitiendo al país balcánico usar oficialmente ese nombre (para todo) y desbloqueando las negociaciones para su entrada en la UE y la OTAN. Además, el pacto se alcanzó pese a una moción de censura, superada gracias al apoyo de Anel al Gobierno aunque paradójicamente estaban radicalmente en contra del acuerdo, y pese a múltiples protestas en las calles del país y a la oposición de entre el 60% y el 70% de la población griega. Macedonia del Norte ratificó el acuerdo y en enero del 2019 se votó y aprobó en el Parlamento heleno. Seguramente empujado por motivos electorales, el líder de Anel, Panos Kammenos, decidió entonces salir del Gobierno para mostrar su disconformidad con el acuerdo. Esto precipitó una segunda moción de confianza que Tsipras venció de nuevo con el apoyo de algunos diputados díscolos de Anel y otros independientes.

Es paradójico que, al final de su mandato, Tsipras haya sido ungido como estadista por sus socios comunitarios e internacionales, por mantener sus compromisos con Europa y superar con éxito el tercer rescate y por forjar, a la vez, un acuerdo histórico con el que nadie contaba a su llegada al poder. El todavía presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ratificó la misión de salvar al soldado Tsipras cuando ofreció algo parecido a una disculpa pública a Grecia admitiendo que la habían insultado, que la austeridad había sido irreflexiva y que no se había sido suficientemente solidario con la población griega. Hoy Alexis se ha convertido ya en uno de los suyos, hasta el punto que los tradicionales partidos socialdemócratas lo reciben como uno más de la familia antes de los Consejos Europeos.

Si las elecciones europeas del 2014 anticiparon su llegada al poder, las de 2019 anticipan su probable caída. Los resultados de Syriza, por detrás del partido tradicional de centro derecha Nueva Democracia, propiciaron el adelanto electoral para el 7 de julio y las encuestas no son halagüeñas. Su descenso en intención de voto no se explica ni por el rechazo de una parte importante de la sociedad griega al acuerdo con Macedonia, ni por la nefasta gestión de los incendios del verano del 2018, ni tampoco por su papel durante el pico de llegadas de refugiados a territorio europeo en el verano del 2015. Se explica, en parte, por haberse convertido en un partido más del sistema, queriendo ocupar el espacio del Pasok, e incidiendo en algunas prácticas poco transparentes con reminiscencias a los viejos partidos tradicionales. Pero sobre todo se explica por su renuncia a liderar una alternativa cuando capituló y aceptó el tercer rescate, a pesar de que consiguiese suavizar, con los años, algunas de las condiciones más draconianas.

La jugada por parte del statu quo es maestra. Aunque Tsipras pierda las elecciones, es muy difícil que un partido con tradición de responsabilidad de Estado, como es Nueva Democracia, deshaga un acuerdo con tanto consenso internacional, a pesar de que en la oposición se mostraron radicalmente en contra del pacto con Macedonia del Norte; y las reformas estructurales que pide Bruselas están en marcha desde hace tiempo. Pero, sobre todo, la domesticación de Syriza evita incluso que se pueda imaginar cualquier tipo de alternativa que no sea seguir en esta Unión, y con estas condiciones, y lanza un mensaje para los que pretendan intentarlo. Grecia ha vuelto al redil. El paso de Syriza por el poder habrá servido, si acaso, para poner de manifiesto que si el statu quo quiere seguir sobreviviendo deben corregirse las desigualdades cada vez más extremas mediante la puesta en marcha de la Europa social. En cualquier caso, ya no importará salvar al soldado Tsipras.

Investigador del CIDOB.