Hora de abandonar las trincheras

Diálogo, negociación y acuerdo en beneficio de todos

Ninguna solución podrá ser asumida nunca como tal si excluye la mitad de Catalunya

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Joan Tardà

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Pedro Sánchez ha reconocido que el Estatut vigente no es el que votamos y que la cuestión catalana se ha de resolver en las urnas. ¡Obvio! Y viene a decirnos: los catalanes tenéis derecho a decidir si optáis por el actual Estatut o si preferís otro. Propuesta de interés si viviésemos en el 2007, pero que hoy choca con la realidad: la mitad de los catalanes son independentistas, por lo que ninguna solución podrá ser asumida nunca como tal si excluye la mitad de Catalunya. De igual manera, la contraparte independentista ha de asumir que todo instrumento democrático capaz de metabolizar el conflicto solo será efectivo si los catalanes no independentistas se sienten integrados en él. Ergo, basta de decir, unos, que ya se hizo todo el trabajo el 1-O, y basta de manifestar, los demás, que nunca habrá referéndum con la opción de la independencia.

"Esto se tiene que arreglar"

A pesar de ser en un escenario de anomalías, la principal de las cuales es la existencia de presos políticos y exiliados, no vivimos fracturados como señala Albert Rivera. Tensionados, sí. ¡Afortunadamente! Y no es ninguna 'boutade'. Fijémonos en ello: la ciudadanía ha tenido que encarar unos años de aceleración de la historia que ha comportado la aparición de realidades nunca previstas hace 13 años, cuando el independentismo era el 12% y se optaba por votar 'sí' al Estatut pasado por el cepillo. La irrupción de nuevos escenarios genera inevitablemente tensión. Todo el mundo se ha tenido que tensionar al no poder rehuir una serie de preguntas inevitables: "Y yo, con respecto a la independencia, qué..." "¿gano?", "¿pierdo", "¿fidelizo o traiciono sentimientos?", "qué hago, de mi identidad?" Pero sin duda tensión y/o empoderamiento son atributos de madurez que reflejan la forma en que los ciudadanos afrontan los retos que plantea la historia desde su protagonismo y no desde la externalización (llamémosle 'tant-me'n-fotisme') de sus responsabilidades personales.

Más allá del casi 50% de catalanes que votan opciones independentistas y del 75% que avalaría un referéndum acordado, sobresale el clamor -"esto se tiene que arreglar"- verbalizado en catalán y castellano por parte de personas que piensan de maneras muy distintas. La ciudadanía va metabolizando la tensión y señala el camino. Ahora es necesario que los políticos abandonen las trincheras, que los partidos constitucionalistas asuman la carga de defender la incorporación de los derechos de los catalanes independentistas en la solución y los independentistas, la de garantizar la incorporación de los derechos de los compatriotas autonomistas/federalistas. Aventuro, pues, que un futuro referéndum, culminación de un proceso de diálogo difícil y empinado, entre otras variables probablemente establecerá una que rehuirá un 'sí' o un 'no' a la independencia, para dar cabida al 'sí' a la propuesta española avalada por los partidos catalanes constitucionalistas y al 'sí' a la independencia. En todo caso, todo está aún en pañales porque, a pesar del insoslayable principio de realidad, ni siquiera se ha conquistado aún el escenario del "diálogo sin condiciones" que el Gobierno de Pedro Sánchez, una vez consolidado con la bien posible abstención independentista, deberá aceptar tarde o temprano.

ERC como 'pal de paller'

Tras la sentencia del Tribunal Supremo aparecerán otros escenarios. De entrada, la reclamación inmediata de amnistía, que seguro que se convertirá en uno de los ejes de los programas electorales de partidos favorables al referéndum (independentistas o no) ante una convocatoria electoral insoslayable y, creo, imprescindible, hecho ya vivido en las elecciones del 16 de febrero de 1936, que comportaron la liberación de Companys y su Govern. En segundo lugar, encarar una acción gubernamental que evite que las costuras del Estado del bienestar revienten raíz del expolio fiscal que padecemos y, finalmente, la exigencia, a saber si a través de una nueva demanda a las Cortes, como en 2014, de una negociación que haga posible construir la solución.

Todo ello requerirá una convergencia de fuerzas independentistas y no independentistas progresistas para dotar al futuro Govern de mayores apoyos (llamémosle Frente Amplio) de acuerdo con la voluntad de la ciudadanía de hacer posible un referéndum que satisfaga a ambas partes. Esquerra, pues, deberá tener la voluntad de convertirse en su eje vertebrador. Diálogo, negociación y acuerdo... Eso sí, desde la honestidad, razón por la que hay que afirmar que priorizar estos objetivos no presupone guardar en el cajón la bandera de la desobediencia. Pero, seamos claros, se debe recurrir a ella solo cuando desde la irresponsabilidad se mata el diálogo.

Y nadie, ni aquí ni allá, no debería permitirse este fracaso.