Después del incendio de la Ribera d'Ebre

Milana bonita

La emocionalidad que desencadena un incendio no puede resucitar viejos clichés sobre el sur de Catalunya ni alimentar el discurso victimista de quienes somos de allí

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Josep Martí Blanch

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Ahora que las cenizas sustituyen a llamas y brasas quizá sea el momento de añadir alguna cosa sobre el sur de Catalunya sin necesidad de adornarla barrocamente con las comprensibles hipérboles sentimentaloides que nos han acompañado estos días mientras el fuego deglutía el paisaje de la Ribera d’Ebre.

Para empezar, les Terres de l’Ebre no son un fotograma de 'Los santos inocentes', de Miguel Delibes. No hay nadie esperando la caridad de la señora marquesa, como tampoco se práctica la endogamia ni se sacrifican ovejas al dios de la lluvia. No, señores. Tampoco son una reserva india americana esperando la concesión para poder operar un par de casinos que permitan con sus beneficios que sigamos vistiendo plumas y bautizemos a nuestra prole con nombres tipo 'bou blavós', 'riu que baixa' o 'presseguer florit'. Algo de esto, o mucho, ha habido durante estos días en los que la solidaridad con los afectados por el fuego se ha convertido en una especie de caridad verbal permanente para con los catalanes del sur que, efectivamente, existen y tienen por costumbre decir las cosas por su nombre. Haciendo honores a tal tradición queda aquí escrito: oigan, que somos el sur pero también estamos en el siglo XXI. Dejen de ofender con tanto azúcar. Es, en el fondo, una falta de respeto.

Anclados en discursos de otros tiempos

Hasta aquí habrán leído con gusto y moviendo afirmativamente la cabeza mis paisanos sureños. Puede que las siguientes líneas les provoquen algún escozor. Ahí van. Ya está bien, por el contrario, de victimismo y de abonarse a competir para ser reconocidos como 'el culo oficial del mundo'. No tiene ningún sentido en pleno 2019 seguir anclados en discursos propios de los años 60, 70 u 80. Pero ahí siguen parte de los míos, como si el tiempo no hubiera pasado y en lugar de producir el mejor atún rojo del mundo (que se marcha en aviones exclusivos al Japón) estuviéramos cazando ratas de arrozal para poder ingerir proteína.

Las cosas pueden decirse por su nombre, claro que sí. Y es verdad –ya puestos, enfademos a todo el mundo– que si el Upper Diagonal hubiera escogido el sur el lugar del norte para ir a pasearse en chancletas y manga corta no necesitaríamos tres dedos para contar centrales nucleares o hubiera resultado imposible que los molinos de viento alterasen el paisaje hasta volverlo irreconocible en algunos tramos. Esta es una verdad del barquero. Pero también lo es que cuando la ciudadanía se decidió a actuar como tal fue capaz de poner patas arriba todo un Plan Hidrológico Nacional que iba a salir adelante, como dijo el ministro de turno amparado por la mayoría absoluta de Aznar, «por cojones».  En el sur a veces hemos hecho el trabajo y a veces un poquito menos.

El fuego ha abierto el debate sobre la pérdida de población en las zonas rurales o el abandono de los cultivos. Bienvenido el debate mientras tengamos claro que ni les Terres de l’Ebre, ni ninguna otra zona rural tienen la exclusiva sobre el particular. Además, no pueden usarse las muletillas de hace cien años para explicar cosas de hoy, como cuando alegremente se dice que la gente vivirá en los pueblos si puede ganarse la vida. ¿Están seguros que esto es así? Toni Orensanz, periodista afincado en Falset, explica que su Priorat ha pasado en 20 años de 10 bodegas a casi 200, pero la población de la comarca sigue siendo la misma que hace dos décadas. ¿Cómo puede ser? ¿Más trabajo no quiere decir más gente? La realidad es que la gente hace su jornada laboral en los pueblos del Priorat, pero duerme en Reus o Tarragona. No todo es tan fácil como creemos.

Mejorar las conexiones ferroviarias

Haga cada uno lo que tiene que hacer. Unos creer en sus posibilidades y exprimirlas al máximo, como vienen haciendo la mayoría desde hace tiempo, hasta que se acalle definitivamente el discurso victimista que cada vez es más minoritario pero que aún cuenta con ruidosos adeptos. Y la administración abandonar su dejadez y, más allá de ahogarnos con vehementes tuits solidarios, obsesionarse con mejorar, por ejemplo, las conexiones ferroviarias.

La emocionalidad que desencadena un incendio como el que ha asolado buena parte de la Ribera d’Ebre, o los que aún pueden sucederse en los próximos meses, no puede ser la excusa para resucitar viejos clichés que ya no soportan un análisis razonablemente objetivo de lo que es el sur de Catalunya. Dicho de otro modo, si visitan el sur será porque quieren y porque es precioso, no porque vayan a experimentar algo similar a marcharse de misiones. Y lo mismo para los que somos de allí, basta de sentirse cómodos con el papel del pupas, principalmente porque, además de no servir de nada, acostumbra a ser el prólogo de las profecías autocumplidas.