Dos miradas
Buch y la enajenación
El 'conseller' Miquel Buch afirmó, con temple y sin sombra de insolación, que el estado español empieza en el Ebro. Hay que agradecer tanta sinceridad. Ahora ya lo vamos teniendo más claro. O el Govern de la Generalitat sufre un grave trastorno de enajenación colectiva o está llevando al límite la farsa procesista. Tampoco hay que descartar que la combinación de ambas posibilidades haya hecho posible ese meneo de fronteras.
El pujolismo se encargó con especial afán de descartar la palabra España allí donde fuera posible. Debía substituirse por Estado español, una definición antipática y burocrática, sin alma ni cultura ni sentimientos. ¿Quién dedica un poema o un ‘quejío’ a un Estado? La orden hizo que nos acostumbráramos a términos tan esperpénticos como Fulanito, el atleta estatal. ¿Nos imaginaríamos calificar a Guardiola de entrenador autonómico?
Una vez despojada España de alma (aunque sea torturada), ¿qué más da alejarla unos kilómetros de la costa? Las declaraciones de Buch destilan una peligrosa combinación de enajenación, desprecio y engaño. El peor de los venenos para la convivencia y la paz.
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