Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Nutricionistas, intrusistas, estafadoras y bikinis

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Se hace llamar Ali Raíz Infinita (a saber, cuál será su nombre real) y se anuncia en Facebook como nutricionista de Dieta Eficiente (al menos a 26 de junio, cuando salga publicado este artículo seguramente cambie de anuncio). En realidad, no tiene formación alguna en nutrición. Sin embargo, te cobra 77 euros al mes por hacerte un cálculo de macros  y calorías y permitirte el acceso a un grupo secreto de Facebook, a un recetario, a un cuadro de menú y a… su apoyo. Que, por lo visto, es muy valioso. Y 47 euros por una hora de videollamada. 

La dieta que propone, hiperproteica, es peligrosa para cualquiera, y se debería llevar bajo estricto control médico. Pero está absolutamente contraindicada en personas que sufran o hayan sufrido problemas de riñón o hígado, artrosis, osteoporosis, depresión o cualquier otra enfermedad mental. Antes de iniciar una dieta así habría que hacerse, obligatoriamente, unos análisis. Ella no los pide. 

A Ali se le podría denunciar por intrusismo, delito contra la salud pública y publicidad engañosa, y supongo que muy probablemente por un delito fiscal, porque dudo mucho que declare sus ingresos. Pues bien, como ella hay cientos de miles de falsas nutricionistas. La nutrición es la profesión con más intrusismo profesional en España (seguida de cerca por los psicólogos).

Ahora que llega el verano, montones de mujeres caen en las redes de sacacuartos como esta señora que te engañan con sus promisorios cantos de sirena. ¿Adelgazarás con ella? Probablemente. Pero las recetas, los menús, los cálculos de kilocalorías y las macros las encuentras por internet sin el menor problema y los nutricionistas y dietistas de la sanidad pública son gratuitos. Y no son peligrosos.

Acabo de recibir 
un ataque salvaje
en Twitter. Decían
los mensajes:
«Gorda, gorda,
gorda»

La semana pasada se publicó una entrevista en un diario digital en el que yo respondía a unas preguntas sobre sexo. El aluvión de ataques por Twitter fue salvaje. Y todos repetían lo mismo: Gorda, gorda, gorda. Inmediatamente fui a buscar en <strong>la tabla de IMC de la OCU </strong>y descubrí que, si bien tengo un ligero sobrepeso, ni siquiera se considera que deba ir al médico. Mis análisis dan perfecto en todo. Pero sé lo que es vivir con vergüenza. Sentirse mal cuando una va a la playa. No querer comprar ropa. Estar dispuesta a hacer lo que sea por quitarse de encima esos seis kilos que marcan la línea divisoria entre ser «normal», según un estándar y estar gorda. 

¿Valora alguien que yo hable cinco idiomas, que me haya mantenido a mí misma desde los 18 años, que haya escrito 20 y tantos libros? No. El input que recibimos es que hay que estar dentro del canon normativo a toda costa, que si no lo hacemos vamos a ser unas parias sociales. Y este es el caldo de cultivo en el que germinan golfas apandadoras como la tal Ali y en el que un montón de mujeres se juegan la salud física y mental en una carrera contra reloj para llegar delgadas a la playa.

No quiero llamar estúpidas a las mujeres que caen en trampas tan burdas porque probablemente no lo sean. Sencillamente, están desesperadas.En una sociedad de ganadores lo imperfecto se aborrece. Solo se admiten los cuerpos perfectos, y la perfección se define según ciertos cánones muy determinados. Cánones  que descartan a los cuerpos que no se adaptan.

Naomi Wolf lo escribió hace 30 años en su libro 'El mito de la belleza', tan vigente hoy como entonces: una población con una locura mansa es una población manejable. Mantén a una población obsesionada con su cuerpo y quizá no reclamen igual salario a igual trabajo.