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Leer cuando hace calor

Lectura en la playa

Lectura en la playa / EL PERIÓDICO

Jordi Puntí

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Espero ese calor tan anunciado como quien espera la llegada de los bárbaros: quieto, atento al horizonte y con miedo, pero con las armas preparadas. Las armas son un ventilador, un carné de la piscina municipal, un libro sin el adjetivo refrescante en la contracubierta. Supongo que en los países nórdicos -al menos antes de la emergencia climática- no era necesario que las cosas fueran refrescantes para ser atractivas en verano. Las cosas, digo: los libros, las películas, las series, la música. Antes la gente, después de cenar, sacaba las sillas a la calle y tomaba el fresco (Francesc Trabal tiene un artículo sobre ese momento en el que una rata pasaba por la acera y de golpe todo eran sustos y gritos). Ahora la gente toma el fresco dentro de casa y se fía del adjetivo refrescante, que sobre todo define algo ligero y que no te caliente mucho la cabeza.

Estos días me refresco leyendo y releyendo libros donde hace calor, o incluso donde la atmósfera es sofocante en lugar de refrescante

Todo son opiniones, y de vez en cuando alguien que ha viajado te dice que la mejor forma de combatir el calor es una ducha caliente -porque prepara el cuerpo para elfrescor de después-, o bien beber un té hirviendo, que te haga sudar si es preciso, y que te refrescará por contraste. Siguiendo un poco dichos preceptos, pues, estos días me refresco leyendo y releyendo libros donde hace calor, o incluso donde la atmósfera es sofocante en lugar de refrescante. Concretamente he encadenado tres libros de J. M. Coetzee situados en Suráfrica, y que de entrada no se adaptarían a lo que conocemos como “lectura de verano”: 'Vida y época de Michael K.', 'La edad de hierro' y 'Desgracia'. Son novelas donde el conflicto racial de ese país se describe con una sutileza que se te va metiendo dentro y te perturba, donde la violencia forma parte del lenguaje y del paisaje, con un clima tan árido que a ratos parece que la lectura te llene las manos de polvo.

Y sin embargo estas lecturas destilan un consejo que quizás sí que es bueno para el verano: leer, seguidas, varias obras de un autor es la mejor manera de conocerlo. Lo que es más fresco, entonces, es la memoria de uno, y es fácil que salgan a la luz conexiones entre libros, detalles y repeticiones que hacen un estilo -una familiaridad que no tiene precio.

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