CITA DE POTENCIAS EN OSAKA
Cumbre del G-20: un decorado más que un órgano de gobierno mundial
La cita de las grandes potencias puede incrementar las tensiones y evidenciar el alto nivel de desacuerdo en materia económica entre ellas
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Cada vez más a menudo las grandes citas internacionales son apenas un marco con escaso contenido y en las que lo importante se dirime al margen del programa oficial. Y eso es lo que se vislumbra nuevamente con ocasión de la 14ª cumbre del G-20, que comienza hoy en Osaka, con Donald Trump afanándose en ocupar el lugar estelar de la gala.
De hecho, como ya ocurrió en Buenos Aires hace ocho meses, la cumbre puede terminar sin comunicado final como señal tanto del alto nivel de desacuerdo en materia económica entre los representantes de países que suman el 85% del PIB mundial, como de la escasa voluntad para convertir ese foro en un verdadero gobierno mundial. Y eso que en la agenda figura la búsqueda de salidas a la crisis económica y los retos que suponen la economía digital y la inteligencia artificial, sin olvidar la desigualdad, el desarrollo sostenible, las inversiones en infraestructura, la salud global, la cooperación para el desarrollo y el cambio climático. Por eso, dado que no se espera realmente ningún acuerdo que despeje las sombras de un entorno económico cada vez más enrarecido, solo queda mirar a los encuentros bilaterales previstos.
El polo de atracción
Y en esa línea, Trump, a golpe de declaraciones tan altisonantes como insultantes, es el principal polo de atracción. Así, siguiendo su ya conocido esquema de elevar la tensión para luego ofrecer diálogo, mantendrá un encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, para intentar reconducir una batalla comercial que ya empieza a afectar a los consumidores y productores estadounidenses y que, en consecuencia, apunta a una tregua. Una tregua temporal, en cualquier caso, dado que las tensiones estructurales entre Washington y Pekín no van a desaparecer, aunque se logre un acuerdo que el secretario del Tesoro, Steven Munchin, dice que ya está cerrado al 90%.
Por el contrario, previsiblemente se incrementarán aún más las tensiones en una pugna por el liderazgo mundial que ocupará las próximas décadas y que implica en primera instancia a muchos de los países vecinos de China. En este contexto, y sin descartar un choque directo que hoy resulta muy improbable, el juego para ambos rivales consiste básicamente en anclar en su bando a los vecinos ubicados en las aguas próximas a la masa continental china, en un complejo cortejo que combina amenazas, exigencias y promesas. Buenos ejemplos de ello son el acercamiento de Trump a Narendra Modi para sumar fuerzas con India en el intento de limitar el ascenso chino, al tiempo que le demanda que rebaje los aranceles a los productos estadounidenses, o las exigencias que a buen seguro formulará a Shinzo Abe para que Japón aumente su presupuesto de defensa.
Poco espacio deja Trump en ese juego para la Unión Europea, mientras califica a Alemania como un socio no fiable (Angela Merkel ya se lo dijo en su día), jugando a crispar el ambiente con acusaciones sin fundamento y sin entender que en solitario no llegará muy lejos y que la UE es su mejor aliado. Y así hasta el próximo año en Riad.
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