Las dos caras de la celebración

Orgullo, protesta y negocio

La fiesta y los desfiles no son incompatibles con la reivindicación de los derechos LGTB y sirven al objeto de la visibilidad

Ilustración opinion artículo Begonya Enguix Grau

Ilustración opinion artículo Begonya Enguix Grau / periodico

Begonya Enguix

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Las manifestaciones del Orgullo LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) que se celebran en distintas ciudades del país se han convertido en un controvertido tablero para el juego político; por ejemplo, uno de los puntos del programa electoral de Vox era sacar el Orgullo del centro de Madrid.

Estas manifestaciones conmemoran las revueltas de Stonewall de 1969 —hace 50 años— que originaron el movimiento gay (LGTB) moderno. Son el acto central y más visible del activismo LGTB, puesto que en nuestro país, en general, están organizadas por activistas. Son un campo de batalla en el que se entremezclan intereses políticos, comerciales y turísticos que dan lugar a enconados debates que se repiten año tras año.

Tanto si están organizadas por el activismo asimilacionista como por una asociación empresarial (Pride Barcelona) o por el activismo crítico o 'queer' (Comissió Unitària 28 de Juny), las discusiones siempre se articulan sobre los mismos ejes: cómo representar la disidencia sexual, los significados del evento y la comercialización e institucionalización de la lucha por los derechos civiles.

¿Por qué hay que estar orgulloso de algo como la propia sexualidad? ¿Tiene sentido celebrar estas manifestaciones hoy, en sociedades democráticas? ¿Dan estas manifestaciones una imagen 'adecuada' de la diversidad sexual y de género? ¿Son pura exhibición? ¿Es la celebración del Orgullo una fiesta, un negocio o una protesta? ¿Es posible conjugar la reivindicación con el mercado? Estas son solo algunas de las preguntas recurrentes sobre el Orgullo.

Una fiesta con beneficios económicos

La sexualidad y el género han dado lugar a identidades que han generado políticas que están en relación con el negocio y con lo espectacular. Hoy, etiquetar una ciudad como 'LGTB-friendly' y celebrar en ella una manifestación trae consigo beneficios económicos (en forma de consumo y, sobre todo, turismo) que pueden superar los 100 millones de euros (Madrid). Existen otros beneficios intangibles en forma de construcción de marca de ciudad ('city brand') que convierte esa ciudad en una ciudad moderna, cosmopolita y no discriminatoria (en teoría).

El Pride Barcelona del 2018, según el web de noticias LGTB Dosmanzanas, reunió a 60.000 personas y generó beneficios por valor de 65 millones de euros. La manifestación crítica de la Comissió Unitària no genera beneficios (no está «vendida al capital», en sus propias palabras) y el año pasado asistieron 5.000 personas. Una y otra se celebraban hace años en distintos días, ahora ambas coinciden en Barcelona en día pero no en itinerario. Las dos representan la pugna entre el activismo crítico que ataca al activismo oficialista por considerar que sus manifestaciones son una fiesta y han perdido su carácter político, además de mercantilizar los derechos LGTB. Por otra parte, el activismo asimilacionista (Pride Barcelona y otras manifestaciones de Orgullo multitudinarias como la de Madrid) acusa a las manifestaciones críticas de no tener capacidad de movilización suficiente para negociar con las instituciones públicas, de dejar al margen a mucha gente a quien le gustan las carrozas y de devolver la lucha LGTB a la marginalidad.

Es indudable que las manifestaciones críticas son actos de reivindicación y protesta por la ausencia de carrozas patrocinadas por negocios y todo lo que conllevan (cuerpos esculturales, música atronadora, baile); no está tan claro que en las manifestaciones en las que hay carrozas, música y fiesta no haya protesta. Los modelos de activismo y de protesta que representan se vienen complementando desde hace 50 años y remiten a la tensión entre la igualdad (el activismo asimilacionista aspira a la igualdad de derechos desde la similitud con la norma) y la diferencia (defensa de los derechos a ser diferente y no estar discriminado por ello). Desde la perspectiva crítica, la lucha asimilacionista por los derechos deja fuera a muchos colectivos: transexuales, gais y lesbianas no blancos y con poco poder adquisitivo, y otras configuraciones disidentes de sexo y género. No obstante, ambos modelos son compatibles y necesarios. Ambos actúan en contrapunto; de hecho, mucha gente acude a ambas manifestaciones, tanto en Barcelona como en Madrid.

Las manifestaciones del Orgullo en cualquiera de sus formas no son festivales, cabalgatas, fiestas ni desfiles, aunque hay algo de todo eso en ellas. Protesta, fiesta y negocio no son incompatibles y sirven al objetivo de la visibilidad y de la igualdad, que, hoy por hoy, siguen siendo objetivos necesarios.

Antropóloga y profesora de la UOC.