El tablero político español

El independentismo catalán y la investidura de Sánchez

El líder del PSOE solo podrá obtener apoyos entre las fuerzas políticas que ya le apoyaron en la moción de censura

ilustracion artículo Enric Marín

ilustracion artículo Enric Marín / periodico

Enric Marín

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A medida que nos alejamos del último ciclo electoral, pierde consistencia la espuma de la propaganda política, y se abre paso un paisaje en el que la geometría de los pactos poselectorales define los campos y las relaciones de fuerzas. Conocidos los resultados de las elecciones legislativas, Pedro Sánchez ha tendido a actuar como si hubiera obtenido la mayoría absoluta. como si hubiera obtenido la mayoría absoluta.Ha procurado imponer un marco interpretativo ganador combinando las ideas de centralidad y hegemonía. Hegemonía electoral y centralidad entre dos extremos: la derecha neofranquista y los independentistas catalanes. Y no hay duda de que este tipo de relatos pueden tener eficacia comunicativa, pero no suelen coincidir con los contornos ásperos de los hechos contrastados. A menudo acaban confundiendo la gestión simplificadora de la opinión pública con la gestión de realidades duras y complejas.

Un esquema de frentismo

Y los hechos son tozudos. Haciendo una esquemática relación de algunos de los factores que ayudan a entender la situación política española después del último ciclo electoral, podemos destacar cuatro:

En primer lugar, el PSOE no tiene la mayoría absoluta. En segundo lugar, la competición entre las tres derechas aznaristas (Vox, PP y Cs) genera un esquema de frentismo que augura una reedición del 'váyase señor González' actualizado como 'váyase señor Sánchez' ... Es decir, Sánchez solo podrá obtener apoyos entre las fuerzas políticas que ya le apoyaron en la moción de censura. No hay más cera que la que arde. En tercer lugar, la judicialización del proceso soberanista catalán limita extraordinariamente los márgenes de actuación de la política española. Y la sentencia del Supremo no parece que los pueda ensanchar. Al contrario. Y, en cuarto lugar, el cuadro económico mantiene indicadores de vulnerabilidad en caso de ralentización del crecimiento: endeudamiento público y privado, desempleo, baja productividad, baja recaudación ...

El listado podría ser bastante más largo, e incluir otros factores estructurales (desequilibrios territoriales, crisis generacional ...), pero solo la suma de la crisis territorial, la vulnerabilidad económica y la crisis institucional ya invita a pensar en la necesidad urgente de políticas estables y robustas de orientación reformista y progresista. Políticas estables y robustas basadas en el diálogo y la concertación social. Así pues, la cuestión que se debería plantear Pedro Sánchez es cuáles son estas políticas y con qué complicidades y alianzas las podrá hacer efectivas. Y estas preguntas no se pueden responder con eslóganes. Sánchez ha sido muy hábil y persistente para ganar dos batallas: la interna del partido y la electoral, previa moción de censura. Pero la batalla determinante será la de la gobernación. Si no sabe ganar esta batalla -la más difícil-, el retorno al poder de una derecha endurecida está garantizado en tres o cuatro años.

Ante este panorama ¿qué debería hacer el independentismo catalán? Existe la tentación de incidir en el "cuanto peor, mejor". Seguro que no faltan incentivos. Pero sería un error colosal.

Hay que recuperar el terreno de la política para hacer posible el diálogo y la negociación. No será fácil ni rápido

Sánchez se ha referido de forma reiterada al independentismo catalán equiparándolo al neofranquismo de Vox y atribuyéndole poca fiabilidad. Respecto a la primera cuestión, igualar a los herederos de Companys con los herederos de sus verdugos es particularmente ofensivo. Los episodios de la no tramitación de los Presupuestos o el 'asunto Iceta' abonan la idea de la no fiabilidad. Pero la fiabilidad se mide en el respeto a los pactos, no en expectativas de actuaciones subordinadas no pactadas.

Más allá del independentismo, la sociedad catalana vive una contradicción. Por un lado, la desafección a la que se refería el presidente Montilla no ha parado de crecer. El indicador más claro es el rechazo social muy ampliamente mayoritario a la monarquía. Y la irritación que genera la situación de los presos políticos y exiliados también va más allá del independentismo estricto. Pero, por otra parte, también se abre paso la convicción de que la salida al conflicto será multilateral, y basada en el diálogo y la libre expresión democrática. También la convicción de que la sociedad catalana necesita estabilidad y una buena gobernación que refuerce las instituciones propias y garantice la cohesión social.

De modo que se impone la idea de que hay recuperar el terreno de la política para hacer posible el diálogo y la negociación. No será fácil ni rápido. Hay que empezar creando las más elementales condiciones de confianza mutua. Lo primero son los gestos. Gestos como evitar el lenguaje ofensivo, o cumplir los acuerdos. Todo ello pasa porque el independentismo catalán permita que Sánchez pueda intentar aprobar el examen de la gobernación. No como un acto de ingenuidad. Sobre todo, por interés propio.