Gran teatro y mala política

El sueño de unos votos de verano

Lo de Shakespeare, allá, era puro teatro en busca de aplauso. Lo de estos, aquí, pura patraña en busca de poder

Albert Rivera, este jueves en Bruselas, antes de la reunión del Grupo Liberal Europeo.

Albert Rivera, este jueves en Bruselas, antes de la reunión del Grupo Liberal Europeo. / periodico

Josep Maria Pou

Josep Maria Pou

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Noche mágica la del domingo 23 hasta bien entrado el lunes 24: noche de San Juan. Que no hay que confundir con la noche más corta del año, la que va del 21 al 22: solsticio de verano. Dos noches bien distintas. Entiendo que emborracharse en el solsticio es de paganos, mientras que hacerlo en la verbena es de cristianos. ¿Y dónde está la desemejanza, inquiero? En términos culturales, las dos noches se funden en una sola donde el rito deviene fiesta, la celebración borrachera y los amores un lío.

De lo pagano queda una cierta sensualidad, tonto eufemismo utilizado para no hablar, de pronto y con la directa, de sexualidad. Que levante la mano el que no asocie verbena con baile, roneo, alcohol, desenfreno y verde que te quiero verde, playa que te quiero playa o cama que te quiero cama, llegado el amanecer. El deseo va por edades, claro. Y por necesidades. Pero una vez en la edad madura, el recuerdo del primer baile, el primer roce y el primer 'beso ravioli' (con carne por dentro, como decía una amiga mía), se mantiene asociado, muy a menudo, con la verbena de San Juan.

En 'El sueño de una noche de verano', cuya acción transcurre en el tal solsticio, Shakespeare se divirtió confundiendo parejas y sentidos a base de polvos mágicos que lograban extrañas “liasons”, insólitos compañeros de cama, entendimientos tan raros y deplorables como algunos de los que se están dando ahora mismo en la política nacional. Siendo desbordante la imaginación del inglés, dudo mucho que su baile de afinidades, burlas, engaños y deslealtades urdidas para hacer avanzar la obra, llegue a superar lo que estamos viendo estos días. Oberón y Titania, magos de postín, resultan torpes aficionados al lado de líderes y estrategas de partido que parecen actuar, todos, en sólida conchabanza, al dictado de Puck: “Los voy a liar, los voy a liar/ por valles y montes los pienso llevar;/ ¡Ay, pobres mortales (léase, votantes), qué risa me dan!”

Lo de Shakespeare, allá, era puro teatro en busca de aplauso. Lo de estos, aquí, pura patraña en busca de poder.

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