Análisis

Promesas, promesas

Los alevines del Real Madrid celebran la conquista del título.

Los alevines del Real Madrid celebran la conquista del título. / periodico

Jordi Puntí

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Mediodía del domingo. Me entrego al záping televisivo y voy a parar a un partido de futbol entre FC Barcelona y Real Madrid. Enseguida me doy cuenta de que es una final en directo, en concreto la final del torneo LaLiga Promises de futbol siete entre alevines, es decir de 11 y 12 años. Antes a los chicos que despuntaban se les llamaba “promesas”, pero hoy en día parece que si lo dices en inglés las promesas van a tener más futuro. En cualquier caso ahí me tienen, viendo a un puñado de chicos prometedores que están jugando el primer clásico de su vida.

Les pillo al empezar la segunda parte —de 20 minutos de juego— y el marcador sigue 0-0. El partido es divertido en muchos aspectos. El locutor va recordando los grandes momentos de ambos equipos hasta llegar a la final. Destaca el talento endiablado del barcelonista Yamal, o los goles del madridista Humanes.

Tics de profesional

Todo el mundo -jugadores, público, comentaristas- se mueven entre dos aguas: la de la competición sin cuartel por un título, pero también la del juego limpio y de los valores de deportividad. Si hacen una falta, los chicos enseguida piden perdón. Al mismo tiempo les sale el instinto ganador, unos tics de jugador profesional -perder tiempo, alejar la pelota en una falta- que resultan desplazados y poco naturales. A ratos es casi como ver Masterchef Junior, con esos niños tan repipis o tan seguros de sí mismos cuando están cocinando.

Mediada la segunda parte, el Real Madrid marca el 1-0 que será definitivo, en un tanto de contraataque que define Paulo Iago. Durante un rato me he fijado en la forma de jugar de ambos equipos y era curioso ver algunos rasgos del estilo que los representa. Aunque sean solo siete jugadores, en el Barça se adivinan las ideas de siempre: toque y pase entre peloteros como Marc Bernal o Xavi Castellanos, y en el centro un portento llamado Landry que tiene aires de Yaya Touré. Claro que a esa edad, ya se sabe, las hormonas están en fase expansiva y Landry les saca un palmo a todos los demás.

El nuevo Messi

Viendo la pasión con la que juegan, uno no puede evitar sentirse como un ojeador a punto de descubrir una estrella. Si alguno de ellos llega al primer equipo, un día diremos: “Yo le vi cuando tenía 12 años, ya se le notaba que era un jugador diferente”. Entretanto van a seguir en esa lucha de salmones río arriba, a contracorriente, y si son buenos de verdad, en menos de cinco o seis años tendrán que decidir entre las ofertas económicas desmesuradas o los sueños de una camiseta que ahora parecen innegociables.

Lo vemos cada día: como esta semana el japonés Kubo, de 18 años, que le pedía al Barça un millón de euros y estar en el primer equipo en la segunda temporada, y le dijeron que no (el Real Madrid aceptó esas condiciones y más). Lo vimos también en años anteriores con Halilovic y el Barça, o con Odegaard y el Real Madrid, jugadores que estaban llamados a ser el nuevo Messi. En realidad, cada vez que se anuncia un nuevo Messi, lo que deberíamos medir es el tiempo que tardarán en pasar de promesas a decepciones. Es solo una cuestión de expectativas.