LA CLAVE
Equidistancia mala, equidistancia buena
Colau pasa a formar parte del nutrido grupo de traidores a Catalunya determinados por el independentismo que llaman hiperventilado
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Al parecer, la equidistancia es como el colesterol. La hay buena, y la hay mala. Ada Colau agradeció los tres votos del grupo de Manuel Valls que le han permitido revalidar la alcaldía de Barcelona y al mismo tiempo expresó su incomodidad por haberlos recibido. Colauismo puro, último ejemplo de lo que sus detractores llaman equidistancia (en tono profundamente despectivo) de la alcaldesa, un navegar entre aguas que, afirman desde las filas del independentismo, se ha demostrado como la impostura que siempre ha sido después de que Colau haya cometido la osadía de preferir ser ella la alcaldesa antes que entronizar a Ernest Maragall.
A juzgar por lo que se coreaba en la plaza de Sant Jaume en el triste acto de toma de posesión, Colau pasa a formar parte del nutrido grupo de traidores a Catalunya determinados por ese independentismo que se conoce como hiperventilado (algún día habrá que dejar de usar el eufemismo). Nada nuevo: hagan lo que hagan, los ‘comuns’ hace tiempo que soportan el desdén independentista, da igual cuántos lazos amarillos cuelguen en las fachadas de los ayuntamientos. Es consecuencia de lo que Jordi Mercader llama el estado de expiación de la política catalana, en el que la solidaridad con los presos y la repulsa al proceso judicial, ampliamente compartidas en Catalunya, se han convertido en una herramienta para obtener y mantener el poder, que se aplica a medida. Lo del Ayuntamiento de Barcelona, dicen, es una operación de Estado. No se aclara qué son el pacto entre ‘comuns’ y ERC en Lleida y Tarragona o el acuerdo a tres (PSC, ERC y CUP) que ha desalojado a Junts per Catalunya de Sant Cugat. Ni falta que hace. La equidistancia es mala en los demás.
Esta equidistancia mala, la intolerable, la que retrata la catadura moral de quien la practica, por lo visto solo se da en el eje nacional. Equidistancia sobre los desahucios. Equidistancia sobre los menas. Equidistancia sobre los recortes nunca revertidos. Equidistancia sobre la parálisis del gobierno de Quim Torra. Equidistancia sobre el ‘no’ a los Presupuestos sociales de Pedro Sánchez. Equidistancia sobre la extrema izquierda pactando con la derecha de toda la vida. Eso no es equidistancia mala. Eso es que las cosas son muy complicadas. Es la equidistancia buena y responsable. Astuta. Y, en caso de apuro, la culpa es de Madrid. Y de la represión. Y, por supuesto, del equidistante en lo nacional, epítome de la traición en la Catalunya de hoy.
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