Al contrataque

Memoria histérica

Siempre pasa lo mismo con los fanáticos: si te sumas a su causa, eres un converso; si la abandonas o no la apoyas, un renegado

Colau, Collboni, Maragall y Valls, en la plaza Sant Jaume tras la investidura de Colau como alcaldesa

Colau, Collboni, Maragall y Valls, en la plaza Sant Jaume tras la investidura de Colau como alcaldesa / periodico

Carles Francino

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Hace veinte años, cuando Jordi Pujol ganó en escaños a Pasqual Maragall, la euforia se desató en el cuartel general de CiU donde un grupo de entusiastas llegó a corear: "¡Francino a BTV!" Se dirigían a la pantalla de TV-3, donde yo trasteaba con quesitos y horquillas de los resultados electorales. Aún no existían las redes sociales como agente contaminante -e intimidante-, pero ya sabía que mi actividad profesional no resultaba grata a una parte del nacionalismo catalán. Marta Ferrusola, por ejemplo, lo proclamaba sin  tapujos: me lo han contado varias veces; la ponía nerviosa. Bueno, libertad de expresión... y de selección de canal.

Nunca lo viví como un drama. Andreu Buenafuente, Julia Otero y un servidor llegamos a convertirnos para alguna gente en una suerte de 'trío de españolistas' que no estaban alineados en el carril correcto. Nos llegaron a proponer el uso del pinganillo para entrevistados castellanoparlantes y así no tener que cambiar de idioma. La cosa no prosperó, pero estoy seguro de que le hubiera encantado a la actual portavoz del Govern.

En fin, que me ha venido todo esto a la memoria por algunas broncas en la constitución de los nuevos ayuntamientos y, singularmente, por la reelección de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona. Otra vez insultos como "traidores", "botiflers", "vendidos" o "antipatriotas". Siempre pasa lo mismo con los fanáticos: si te sumas a su causa, eres un converso; si la abandonas o no la apoyas, un renegado... o cosas peores.

Sé que hoy el lío es morrocotudo: los presos, el juicio, el efecto Puigdemont, la resurrección del españolismo más montaraz y un fracaso descomunal de la política, con desplante incluido a la mitad de los catalanes, lo complican todo mucho más.  Pero algunas señales vienen de antes; por ejemplo, considerar los medios públicos como ariete de una forma concreta de 'fer país'. O la urticaria que genera en determinados sectores el olor a Catalunya. El abucheo a Raimon por cantar en catalán durante el homenaje a Miguel Angel Blanco explica muchas cosas; y fue en 1997, no anteayer. Pero antes de criticar a los fachas, al Estado opresor y a los herederos de Franco; y antes de buscar traidores o desafectos por las esquinas, ¿por qué no aceptamos que Catalunya es cómo es?

Podemos seguir haciendo el imbécil hasta decir basta o aprovechar la historia para buscar alternativas. Por cierto, ¿hay plazas libres en BTV? Nunca se sabe...