ANÁLISIS

El golfo Pérsico: sabotaje a la estabilidad

Uno de los dos petroleros supuestamente atacados este jueves en el estrecho de Ormuz.

Uno de los dos petroleros supuestamente atacados este jueves en el estrecho de Ormuz. / periodico

Itxaso Domínguez

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Rara es la semana en la que no nos despertamos recientemente con noticias sobre una inminente escalada en el Golfo. Suenan de forma intermitente tambores de guerra, y se cruzan en redes sociales, editoriales y análisis apresurados rumores todavía sin confirmar. Contribuyen a intensificar la percepción de amenaza, en una región cuya política exterior y doméstica ha demostrado depender en exceso de las percepciones y de un celo excesivo en torno al concepto de soberanía. La tormenta de bisbiseos parece inevitable en vista de las acusaciones que a diario se cruzan los responsables políticos y sus acólitos, en lo que lleva años perfilándose como una guerra de propaganda con pinceladas de ciberespionaje.

El trasfondo de estas escaladas remitentes lo representa una política exterior estadounidense imprudente e impulsiva, muchas veces basada en evidencias que más tarde se demuestran imprecisas, y por inexperta quizás inconsciente de lo rápidamente que puede degenerar un aumento de tensión. Esta coreografía, con el ejemplo principal de la cumbre antiiraní celebrada en febrero en Varsovia, parece diseñada por Mohammed bin SalmanBenjamin Netanyahu y Mohammed bin Zayed, obsesionados con poner en pie una alianza internacional de geometría variable contra el cabecilla del 'Eje de la Resistencia'. La reciente cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo en La Meca se erige como ejemplo de que los líderes contrarrevolucionarios del Golfo priorizan la amenaza de Teherán por encima incluso de sus propias diferencias intra-Golfo, precisamente cuando se cumple el segundo aniversario del bloqueo impuesto por el cuarteto árabe sobre Qatar.

La estrategia contra Irán reposa sobre varios pilares: presión económica, diplomática, y ahora incluso militar. El régimen de los ayatolás se ha mostrado hasta ahora relativamente contenido y fiel al acuerdo nuclear que Donald Trump desdeñó, aferrándose a una línea narrativa ajena a toda muestra de sumisión. Está a la espera de identificar cuál es el fin último del cuartero de Varsovia, más allá del sempiterno recurso al -caduco- equilibrio de poderes en un conflicto erróneamente presentado como sectario. La historia reciente ha demostrado por activa y por pasiva que los cambios de régimen concebidos desde el exterior desembocan en fracaso.

Imagen de tensión constante

A falta de datos fehacientes, cabe preguntarse a quién beneficia avivar una imagen de tensión constante en la zona. Una variable ineludible, pero no la única, es el precio del petróleo: a nadie escapa que el estrecho de Ormuz, escenario de varios sabotajes el mes pasado, es canal de tránsito de un tercio del petróleo comercializado por vía marítima. Otra es la necesidad de desviar la atención de tensiones domésticas. Una pregunta clave es si es posible que una estrategia de máxima presión no desemboque en verdadero enfrentamiento, al que ninguno de los actores en realidad aspira.

La escalada actual arroja, por otra parte, luz sobre la creciente importancia que el Golfo reviste, y no solo como resultado de sus tensiones. Buena muestra de ello son los intentos de mediación por parte de actores no tradicionales como Japón, cuyo primer ministro se postuló en Teherán como mediador. Todo ello bajo la atenta mirada de China e India como socios comerciales y estratégicos de la región. Se multiplican así de forma exponencial tanto los actores interesados como los vínculos con acontecimientos en otros lugares, entre los que destaca el cuerno de África como nuevo patrio trasero de sus vecinos orientales, y Sudán como campo de batalla de una nueva contienda contra las aspiraciones de un pueblo.

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