Tradiciones
Amor/odio por las Caramelles del Raval
Odio las 'caramelles', pero me dejaría la piel por defenderlas: hacen más trabajo que todos los psicólogos del CatSalut juntos
Escribo esto un lunes, el de Pascua, contrarreloj, antes de que empiecen a desfilar por mi calle las Caramelles del Raval tocando sus cornetas y timbales a ritmo de batucada.
Nunca pienso en ellas hasta que las tengo bajo el balcón dos veces al año: por Navidad y por la Segunda Pascua, pero, esta vez, el Ayuntamiento ha colgado carteles en la calle que explican el recorrido que harán, el horario en el que pasarán y dónde harán explotar petardos. Llevo todo el día esperándolas.
Las odio. Todos los seres vivos que vivimos en casa las odiamos. Odiamos su repertorio, siempre interpretado a golpes contundentes, intercalados o perpetrados al unísono con trompetadas estridentes que hacen temblar los cristales y correr a esconderse bajo la cama a los animalitos.
Las considero una salvajada del nivel del día en que los Mossos decidieron probar, también en mi calle, la supersirena dispersadora de manifestantes: las dos prácticas deberían tener una entrada en el manual de atentados contra la humanidad de Amnistía Internacional, si es que existe este apartado; si no, debería inventarse solo por las Caramelles del Raval.
Cuando me empieza a llegar de lejos aquel rumor para un poco después ver cómo timbaleros y trompetistas doblan la esquina Cera con Carretes, empiezo a decir: “mierda, mierda”, primero bajito, para ir subiendo después el volumen de los gritos a medida que van acercándose.
Cuando ya las tengo abajo, el único consuelo que me queda es pensar que pocos momentos como esos dos de cada Navidad y cada Segunda Pascua puedo pasarme mis buenos cinco minutos haciendo terapia de alaridos. “¡Mierda! ¡Mierda!”, voy repitiendo aferrada a los barrotes, cada vez más fuerte, disminuyendo luego el volumen a medida que van alejándose.
Pero no me quejaré de las Caramelles del Raval. No las denunciaré, no moveré ni un dedo para que las prohíban; al contrario: me dejaría la piel por defenderlas si a alguien se le pasa por la cabeza ilegalizarlas.
Hacen más trabajo que todos los psicólogos del CatSalut juntos, las Caramelles del Raval. Las quiero con locura.
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