La moción de censura que puede llegar a su fin

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Gemma Ubasart

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En mayo de hace un año se producía la primera moción de censura exitosa en España. Las fuerzas progresistas junto con aquellas independentistas y nacionalistas periféricas se unían para echar de la Moncloa a Mariano Rajoy y el Partido Popular. El motivo coyuntural de aquella confluencia fue una sentencia por corrupción en la que se citaba al propio presidente. Pero había razones de fondo: la escalada conflictual en la gestión de la crisis catalana o la falta de políticas económicas y sociales para facilitar la recuperación del país una vez superada la crisis económica eran cuestiones que pesaban mucho.

Marta Pascal y Pablo Iglesias se tomaron en serio la posibilidad de cambiar la correlación de fuerzas en el Estado y abrir una nueva etapa. El superviviente Pedro Sánchez, con su pequeño círculo de incondicionales, vio en esta operación una oportunidad de oro (aunque ni él ni su partido acabaron de creer que podía triunfar). Mientras Albert Rivera, que en aquel momento encabezaba las encuestas, vio frustradas (quizás para siempre) sus opciones de ser presidente. La obstinación de la presidenta del Parlamento, Ana Pastor, de acabar con la operación lo más rápido posible fue uno de los detonantes para que el plan funcionara.

Podemos y las fuerzas independentistas tenían en sus manos condicionar y posibilitar un gobierno progresista y sensible con la diversidad territorial. Conocedores de la historia española, sabían que solo cuando izquierda y plurinacionalidad han ido de la mano se ha podido avanzar. Sánchez aparecía como un significante vacío que se llena con lo que tiene al lado. La constitución de un gabinete competente y la abertura de diálogo para distensionar el contencioso catalán fueron sus los primeros pasos. Paradójicamente, la “podemización” y el atrevimiento a abrir el melón territorial hicieron crecer al propio Sánchez y abrieron la senda para que el PSOE recuperara espacio.

Un año después el escenario abierto con la moción de censura se está cerrando. Y esto ha sucedido en dos tiempos. En las elecciones generales del 28-A los partidos independentistas catalanes aumentaron el número de escaños aunque pasaron de ser imprescindibles para la gobernabilidad española a ser intercambiables por otras fuerzas. En las elecciones municipales, autonómicas y europeas el PSOE sacó buenos resultados, sobretodo en Europa, y se envalentonó. Filtrea con la idea de dejar de tener a Podemos como socio preferente y jugar a la geometría variable. Su sueño: que Ciudadanos vuelva a su vera.

Nunca sabremos que pasó en el 'afer relator' que hizo saltar por los aires la legislatura. Por un lado, ERC y PDECat tensaron mucho la cuerda a lo largo de los meses que duró el gobierno de Sánchez en gran parte por su competición interna por la hegemonía del espacio independentista y su falta de estrategia. Estos interpretaron que “deshinchar el globo” (en palabras de Gabriel Rufián) podía comportarles costes electorales. Por el otro, al Sánchez ya crecido le iba bien hacer frente a un ciclo electoral completo en el momento que la demoscopia más le sonreía. Poder cerrar las grietas abiertas al régimen. Poder volver al pasado, que por un momento pareció ya pasado.