Opinión | Editorial
El Periódico
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El impacto ambiental de los vuelos de bajo coste
El elevadísimo aumento de las emisiones hace obligatorio afrontar un problema complejo y al margen del acuerdo de París
La irrupción de los vuelos de bajo coste ha tenido, en los últimos 25 años, dos consecuencias paralelas. La posibilidad de viajar en avión a un precio módico, con lo cual se ha 'democratizado' lo que en un principio estaba al alcance de unos pocos, y, al mismo tiempo, el aumento elevadísimo de las emisiones de CO2, calculado en torno al 70%. Las perspectivas no parece que vayan a cambiar en un futuro cercano, por cuanto el sector aéreo no está incluido en el acuerdo de París que marcaba límites para hacer frente a la crisis climática. Además, el queroseno, uno de los combustibles fósiles más contaminantes, está exento de impuestos en muchos países, con lo cual se abaratan los costes pero se acrecienta el peligro ambiental. Un ejemplo ayuda a entender la magnitud del problema. En un viaje entre Madrid y Barcelona, se emiten 115kg de CO2 por pasajero, mientras que en el mismo trayecto, en AVE, la emisión es cero.
Ante esta situación empiezan a elevarse voces en contra de los viajes aéreos y a favor de los terrestres, especialmente en ferrocarril. La activista sueca Greta Thunberg ya ha anunciado que no asistirá a la próxima cumbre climática en Chile porque se niega a volar, algo que también ponen en práctica los ciudadanos agrupados en torno al movimiento Stay Grounded (Quedarse en tierra), un fenómeno al alza que ya ha cuajado en Suecia. En una encuesta reciente, se desvela que un 23% de los suecos no cogió un avión en el 2018 como protesta para reducir el impacto ambiental. Las acciones también se plantean en el plano ético, con un término tan contundente como “vergüenza de volar”.
Las alternativas pasan por una mayor presión fiscal que inevitablemente aumentaría el precio y reduciría el volumen de pasajes, por la prohibición (utópica hoy por hoy) de vuelos en trayectos cortos y por una reducción, al mismo tiempo, de los costos ferroviarios. No es una solución fácil porque la presión de las compañías aeronáuticas es consistente. El sector también defiende que se ha mejorado la eficiencia con la introducción de biocombustibles, pero los datos y la conciencia ecológica dicen lo contrario y obligan a no dejarlo apartado por la emergencia climática. Las 118 organizaciones de unos 70 países que componen Stay Grounded se reunirán en julio en Barcelona. Una cumbre en la que se pondrán las bases de un movimiento que más que volar pretende tocar con los pies en el suelo.
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