Pequeño observatorio

¿Puedo ser un devoto de la mentira?

Todos, alguna vez, hemos mentido para consolar a alguien: «Esto no será nada»

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Josep Maria Espinàs

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Ya sé que muchos lectores considerarán mi afirmación escandalosa: Yo no soy un devoto de la verdad. A veces es más noble la mentira cuando puede consolar, incluso si sirve para consolar en momentos difíciles.

Todos, alguna vez, hemos mentido para consolar alguien: «Esto no será nada». Frases que nunca son dichas de una manera seca. Incluso agradecemos una mentira cuando sabemos que lo es. La mentira también se ha convertido con el paso de los años en una herramienta literaria. Tanto en la literatura escrita como en la oral.

Todos los hombres mienten, se puede leer en los libros de los salmos. Francamente me cuesta entender que en ámbitos religiosos se llegue a aceptar la mentira como un hecho natural. Con este precedente, la mentira se convierte en un pecado que tiene la puerta abierta.

Pero hay muchos pecados que no hay que confesar. Las modestas y habituales mentiras forman una red habitual de mini-pecados. Cuando yo era un jovencito estudiante en los Escolapios teníamos confesión cada sábado y esto debe haber pasado a la historia. Hay una sentencia, un texto de Miguel de Cervantes, que dice esto: «No está el pecado en el hecho sino en la voluntad».

Ser un experto en pecados no está de moda. Sobre todo no interesa en el mundo de la publicidad. Ya sé que muchos lectores considerarán mi afirmación escandalosa: o no soy un devoto de la verdad.

Aparecen a veces engaños muy nobles, muy consoladores. Hay noticias que nunca deben ser dichas sino con una sonrisa y un punto de ternura en la mirada, algo que tiene el significado de la complicidad.