LA CLAVE

El pertinaz franquismo

A pesar de que en su momento la Transición pareciera una buena idea, seguramente la única posible, los cadáveres escondidos bajo la alfombra suelen heder

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JOAN CAÑETE BAYLE

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En un parque cercano a una escuela los niños cantan una canción muy familiar, esa que atribuía a Francisco Franco un trasero blanco. Es bastante descorazonador que los hijos de los que hicimos EGB aún canten esa tonada. Los que nacimos en la primera mitad de los 70 no conocimos la dictadura de Franco, pero aun así sabíamos muy bien quién era y cómo fue. Nuestros padres y abuelos nos daban testimonio de primera mano. Fueron ellos, generacionalmente, quienes diseñaron la Transición, el equilibrio de debilidades, la amnesia voluntaria, la menos mala de las soluciones. Ellos conocían de forma instintiva, a la fuerza ahorcan, la verdad profunda, la amenaza latente, que subyacía en la frase «usted haga como yo, no se meta en política». Mi primera gran lección sobre lo que implicaba meterse en política en España en el siglo XX la recibí en 1988, cuando la gran huelga general contra el Gobierno de Felipe González. Ante mi asombro, mi abuela, angustiada, hizo acopio de conservas en su cocina, por si acaso, que nunca se sabe.

La exhumación

Somos varias las generaciones que no vivimos bajo el franquismo, y aun así la presencia de Franco en el discurso público es más pertinaz que la dichosa sequía. La izquierda siempre ha echado mano de la acusación de franquismo para desacreditar a la derecha y el discurso nacionalista español. Pero como una profecía autocumplida, en un cierto tipo de derecha (política y mediática) resurge un discurso de raíces franquistas sin complejos que nunca se fue, pero que era residual y no se expresaba con tanta franqueza. Vox, sin ir más lejos, aunque no es el único ejemplo. Y, con ellos, también reaparecen ciertas estructuras y tics profundos del Estado, lo cual es mucho peor. Un buen ejemplo es el auto del Tribunal Supremo que frena la exhumación de cadáver del dictador y que afirma que Franco se convirtió en jefe del Estado de España «el 1 de octubre de 1936», legitimando así el golpe de Estado.

El culebrón de la exhumación, en un país con tantos cadáveres en las cunetas, es un caso más de este franquismo pertinaz. España no es el país franquista que algunos caricaturizan, pero, grotescos nostálgicos al margen, pervive un sustrato, un ademán, una querencia por un lado y una invocación permanente por el otro: se le ve y se le menta incluso cuando ni está ni se le espera. Tal vez porque a pesar de que en su momento pareciera una buena idea, seguramente la única posible, los cadáveres escondidos bajo la alfombra suelen heder.