Aniversario histórico

1989, vaya año

Además de la masacre de Tiananmén, hace 30 años ocurrieron otros hechos que merecen ser recordados

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Pere Vilanova

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Se puede argumentar que en todos los años pasan un montón de cosas, de todo tipo, pero visto desde los 30 años transcurridos, 1989 merece ser recordado. Los medios de comunicación, imágenes icónicas mediante, nos ayudan y mucho. Estos días hemos visto de nuevo la imagen del héroe anónimo de Tiananméntozudamente plantado frente a un blindado enorme, con una simple bolsa, probablemente de la compra, o quizá con los apuntes de la facultad. El tanque se mueve a derecha e izquierda, y el joven, lo mismo. Repasando la continuación de la secuencia se aprecia que, además, le da por subirse a la torreta, mientras imaginamos al oficial al mando del blindado pidiendo instrucciones a sus superiores. Aquello no podía estar pasando, se dijo. Y al final llegó el final, como en la canción de Sabina. Hace muy pocos días, en un debate del prestigioso IISS (International Institute of Strategic Studies) de Londres, una especie de Davos de la seguridad, un alto representante militar del Gobierno de China dijo que en junio de 1989 “se hizo lo correcto”.

El aviso de Milosevic

Pero en junio de 1989 sucedió otra cosa, que de entrada pasó más desapercibida. El 28 de junio de 1989, para conmemorar el 600º aniversario de la derrota de los ejércitos serbios frente al sultán turco Murad, Milosevic decidió dar un discurso muy especial. Para empezar, el lugar. Gazimestán, en el llamado Campo de los Mirlos o Kosovo Polje, el entonces presidente de Serbia (cuando existía todavía Yugoslavia) habló en el lugar que el nacionalismo serbio considera su cuna como nación. Según Milosevic, desde 1389 todo fue mal para la nación serbia, y siempre por culpa de los demás, turcos y croatas principalmente. Otros nacionalismos prefieren también conmemorar derrotas, qué le vamos a hacer.

Lo interesante es releer ahora el texto de aquel discurso, al que casi nadie prestó atención, porque anuncia con bastante claridad lo que estaba por venir. Varias <strong>guerras y masacres</strong> después, pasando por los acuerdos de Dayton, o el Tribunal Internacional Penal para la ex-Yugoslavia, el discurso de Milosevic cobra una dimensión sobrecogedora, al menos por dos razones. La primera es que en lo que se refiere a “lecciones aprendidas”, el balance es cero. La segunda es que el gran porvenir brillante que anunciaba Milosevic en 1989 consiste en que Serbia ocupa hoy la superficie más reducida de toda su historia como nación.

También en 1989 <strong>falleció el ayatolá Jomeini</strong>, legando al mundo un proyecto peculiar, también subestimado en 1979 cuando la revolución iraní mostraba al mundo a un anciano dignatario chií de vuelta de su exilio parisino. El islamismo radical político no era la primera muestra de islamismo integrista, del que había varias muestras en el pasado. Pero las revoluciones anticoloniales que en los años 50 y 60 llevan al poder a jóvenes oficiales radicalizados, Nasser, Sadam Husein, Gadafi, no tenían nada de ideología islamista. Hablaban de socialismo, no alineamiento, tercermundismo, con un lenguaje que iba del Che Guevara a Mao Tse Tung. Jomeini hace la revolución pero no ocupa ningún cargo en las instituciones del nuevo régimen. Desde su austera celda de la ciudad santa de Qom, lanza a los estudiantes (o no tan estudiantes) contra la Embajada de Estados Unidos en Teherán, donde capturan a más de 70 diplomáticos. Tiene en jaque al Gobierno de Washington, que ya salía de una derrota dolorosa en Vietnam, Laos y Camboya, los retiene un año y los libera sin aceptar ninguna presión. 1989 contempla igualmente como 'el otro gran Satán', la Unión Soviética, es obligado a salir con la cabeza baja de Afganistán. ¿El 90% de los afganos no son chiís? No, son sunís, pero da igual, la lección de la humillación del fuerte a manos del débil estaba bien aprendida.

El funeral de la Unión Soviética

Pero, sobre todo, 1989 es el año en que empieza el funeral de la Unión Soviética, que no culmina hasta su disolución -por implosión- en diciembre de 1991. Nos queda como icono la caída del muro de Berlín, desde luego, pero en los seis meses anteriores habíamos visto agrietarse los regímenes comunistas de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, en una fascinante combinación de manifestaciones en la calle y desintegración por colapso de las propias estructuras del Estado-Partido Único. En diciembre, vimos la versión corta y dura del caso de Rumanía. Ceacescu quiere darse un baño de masas, la gente empieza a gritar “fuera, fuera”, un grupo de militares apresa al dictador y a su mujer, los ponen ante una pared y los fusilan. Fin de la historia.