España y el déficit

El último PIG

Nuestra libertad es, por el momento, condicional. Hemos prometido en nuestros planes de consolidación fiscal muy buena conducta, aunque es probable que nos pongan igualmente un brazalete

La ministra Nadia Calviño con varios de sus homólogos en el Eurogrupo.

La ministra Nadia Calviño con varios de sus homólogos en el Eurogrupo. / periodico

Guillem López Casasnovas

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Ya apenas nos acordamos del acrónimo que identificaba a los países malgastadores europeos (PIGS: de Portugal, Italia, Grecia y España, en inglés). Era despectivo ('pigs' significa 'cerdos') y justificaba que nos metieran en redil, pautando nuestra dieta fiscal y exigiendo austeridad. Hoy, ya casi todos aquellos implicados están puestos en vereda y salidos del correccional. Ahora lo hace España, que cierra la barrera de los países que pasan de lo punitivo a lo preventivo.

Durante la etapa de confinamiento, lo cierto es que a la economía española no le ha ido mal. Y, sorprendentemente, no por acatar sino por incumplir: saltando los corsés presupuestarios España ha crecido más que la media de los países que pasaban hambre tratando de ajustar su dieta. En los últimos años hemos aumentado la renta tirando de recursos públicos cuando ha hecho falta apalancar el consumo privado, gastando en definitiva lo que no ingresábamos. Hemos mantenido déficits primarios, ya que, sin considerar incluso los gastos financieros derivados de la enorme deuda del pasado, no hemos recaudado lo suficiente pese a que la economía ha estado creciendo y la nave no se ha parado. O así lo parece, aunque puede que naveguemos sin brújula y que el viento no sea nunca bueno si no se sabe hacia dónde se va.

Pendientes del próximo Gobierno

El mantenimiento de los bajísimos costes financieros, las reducidas primas de riesgo de nuestros bonos soberanos y el superávit exterior han permitido en todo caso ahora que luzcamos tripa por debajo de lo exigido por las reglas del procedimiento de déficit excesivo. Nuestra libertad es, por el momento, condicional. Hemos prometido en nuestros planes de consolidación fiscal muy buena conducta, aunque es probable que nos pongan igualmente un brazalete para ver con qué malas compañías políticas anda el próximo Gobierno por nuestro déficit estructural. No somos de fiar, como traducen algunos informes de Airef y del Banco de España (BdE) ante los pactos políticos que se avecinan. Pero ahora actúa el ‘in dubio pro reo’ y nos juega a favor.

Dos enseñanzas de la experiencia vivida. Una. A los países frágiles, que no saben funcionar con acuerdos amplios, les va muy bien que alguien les imponga reglas desde fuera. Así, todos los afectados pueden hacer su discurso en contra de dichas reglas, pero las aceptan con la boca pequeña por mandato ‘exterior’ (cancillera Merkel). Y en la escala de poder del Estado, el tonto siempre es el último: las corporaciones locales y las comunidades autónomas acaban soportando la dureza de la austeridad, convenientemente centrifugada. En este asunto, hay políticos que han nacido con estrella. Unos han gestionado los recortes y otros disfrutarán ahora sus márgenes (nuevos mandatarios elegidos). Unos disfrutan de la fama y otros cardan la lana.

Segunda enseñanza: no hay acuerdo entre dietistas. Esta ‘macroeconomía de mierda’, que dice Nassim N. Taleb en su último libro ('Jugarse la piel', Paidós 2019) no deja jurisprudencia clara de las consecuencias de las sentencias fijadas por los jueces de la crisis. Dos de sus principales maestros están revisando los principios fundamentales acerca de si el endeudamiento es efectivamente tan malo como nos han dicho ('Evolution or revolution? Rethinking macroeconomic policy after the Great Recession' (Blanchard y Summers, 2019). Esto genera ambigüedad para la política fiscal y es un campo abierto a la interpretación a gusto y gana de las ‘necesidades’ de gasto. Reinterpretando la realidad, diríamos así que el partido conservador (¿liberal?), el de la austeridad, ha sido más keynesiano en sus déficits efectivos que los pretendidos keynesianos de la izquierda. Incumplía ante Bruselas, pero con ello su economía crecía más que la de los afectos a las recetas de la contención. Los castigos no pasaban, sin embargo, de pequeñas collejas, vistas las estadísticas económicas de cada cual. Hoy pasamos pantalla. A ver qué depara el futuro.