ANÁLISIS

Cs, de bisagra a freno

Pedro Sánchez y Albert Rivera, el pasado 7 de mayo, en la Moncloa.

Pedro Sánchez y Albert Rivera, el pasado 7 de mayo, en la Moncloa. / periodico

Rosa Paz

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Pedro Sánchez no va a tener ningún problema para contentar a la militancia socialista que la noche del 28 de abril, tras el victorioso recuento de las elecciones generales, le gritaba “Con Rivera, no”. El clamor de los militantes —a los que no quiere defraudar— no estaba muy lejos del sentir del líder del PSOE, poco tentado a pactar esta vez con Ciudadanos. Consta, no obstante, que Sánchez recibe presiones para abandonar a Podemos y acercarse a Cs. Las mismas, de aquí y de allá, del empresariado español y de gobiernos y partidos centristas europeos, que recibe Rivera, que, sin embargo, ha decidido ponérselo fácil al inquilino de la Moncloa y mantenerse firme en su veto a los socialistas.

Esa negativa de Cs al pacto con el PSOE parece tajante, al menos en lo referente a la investidura de Sánchez como presidente del Gobierno y a la posibilidad de hacer presidente de la Comunidad de Madrid a Ángel Gabilondo, que encabezaba la lista más votada y que es una persona mucho más capacitada para el cargo que la popular Isabel Díaz Ayuso. Cs se abre a algunas excepciones, como podrían ser los gobiernos de Castilla y León, Murcia y Aragón, que por importantes que sean para cada comunidad —y para el cómputo global del PSOE— no dejan de ser menores.

No está claro por qué Rivera mantiene esa estrategia de acercamiento al PP —y a Vox— que le ha situado como parte integrante de las tres derechas y le ha alejado del codiciado centro, un espacio político que le hubiese permitido un juego de alianzas más amplio, ejerciendo de bisagra en administraciones de distinto color político. Ahora, más que de bisagra parece decidido a desempeñar un papel de freno a los socialistas y, más importante, a cambios —¿de régimen?— tan añorados como el que Cs dijo percibir en Andalucía. La Comunidad de Madrid, por ejemplo, donde el PP lleva gobernando 24 años y que ha sido uno de los mayores focos de corrupción y clientelismo.

No se entiende que Rivera se empecine en esa estrategia pese a las recomendaciones de algunos de los fundadores del partido o de disidentes como Luis Garicano o Manuel Valls y, sobre todo, cuando ese giro ideológico le ha llevado al fracaso. Competía con el PP de Pablo Casado por la hegemonía de la derecha y no la ha logrado en ninguna de las cuatro elecciones. En las generales del 28 de abril quedó a 200.000 votos de los populares, pero sin conseguir el anhelado 'sorpasso', y en las europeas, municipales y autonómicas del 26 de mayo, muy lejos de superar al PP, se vio relegado a un papel secundario.

Rivera ha renunciado, sin embargo, a sacar partido de su situación desplegando pactos en varias direcciones y ha optado por someterse a los intereses de los populares, convencido aún de que será capaz de vencer a un Casado políticamente debilidado en cuatro años sin convocatorias electorales. Le deja así el camino expedito a Sánchez para pactar con Podemos un gobierno del PSOE, con o sin podemitas, independientes o de estricta disciplina. Esa es casi la única incógnita.