TRIBUNA

El nuevo poder europeo

Tras las elecciones del pasado domingo los Estados deberán pactar los altos cargos de la UE

opinion  ilustracion  de maria titos

opinion ilustracion de maria titos / periodico

JOAN TAPIA

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Tras las elecciones europeas del domingo, el Consejo Europeo (CE), formado por los gobernantes de los países miembros, ya se ha reunido para empezar a discutir el futuro presidente de la Comisión, que debe tener mayoría cualificada en el Consejo y ser aprobado por mayoría en el Parlamento, y los otros cargos clave que tendrán un peso fundamental en la UE de los próximos tiempos.

No serán años fáciles porque la UE, que pese al brexit no retrocede, sigue avanzando a un ritmo más lento del conveniente y porque en muchos países el proyecto europeo tiene la oposición de grupos nacionalistas-populistas que pese a haber subido lo han hecho menos de lo temido y no podrán bloquear el Parlamento. También porque la incierta evolución económica y el euro forman parte de una agenda complicada y porque las tensiones con los EEUU de Donald Trump (que puede ser reelegido) están cambiando el orden mundial.

Además de la Comisión, se tendrá que designar un nuevo presidente del Consejo (CE), el ministro de Exteriores, cargo que se inició con Javier Solana, y el del Parlamento europeo (elegido por los eurodiputados). Finalmente, aunque no el menos relevante, hay que elegir al presidente del Banco Central Europeo que en octubre relevará al italiano Mario Draghi, el hombre decisivo en el 2012 cuando afirmó que para impedir el desastre y salvar al euro el BCE haría todo lo necesario (una política monetaria nada convencional) y que no debía haber dudas, que lo lograrían.

Los pasos de Sánchez

El nuevo poder europeo afectará tanto o más a los ciudadanos que las políticas de sus gobiernos nacionales. Conviene, pues, seguir los pasos de Pedro Sánchez en sus reuniones de la pasada semana –como presidente español y como representante del grupo socialista con más eurodiputados– para tener influencia en las nuevas instituciones europeas.

Felipe González –bajo su mandato entramos en la UE– fue el presidente español que hizo de la agenda europea su primera prioridad. Luego José María Aznar miró más hacia la América de Bush y José Luis Rodríguez Zapatero apostó por el etéreo diálogo de civilizaciones. Su norte no era Europa, aunque tanto Zapatero como luego Mariano Rajoy, al tener que afrontar la crisis más grave desde 1929, dedicaron gran parte de su tiempo a amoldar la política económica a las indicaciones europeas.

En los años finales de Rajoy salimos de la crisis –no de los problemas ni de sus efectos sociales– y España puede volver a contar. Con el nombramiento, no hace demasiado, de Luis de Guindos como vicepresidente del BCE salimos de un cierto ostracismo y ahora ya no somos un país bajo vigilancia al haber logrado que el déficit público sea inferior al 3% del PIB. También al ser la economía con peso de la UE que tiene mayor crecimiento.

Se discute ya la presidencia de la Comisión. El criterio de elegir al primero de la lista al parlamento más votada –que fue el que se siguió cuando el nombramiento de Jean-Claude Juncker hace cinco años– puede ahora no respetarse. Porque la mayoría relativa del PPE ha quedado reducida (solo 177 eurodiputados sobre 751), porque el candidato del PPE, el alemán Manfred Weber, no convence y el socialista Frans Timmermans (holandés) tiene más personalidad; porque populares y socialistas ya no tienen la mayoría y precisan el apoyo de un tercer grupo, los liberales o incluso los verdes (que con 69 eurodiputados han subido significativamente); porque Emmanuel Macron y los liberales son contrarios al método del 2014…

El juego se acaba de abrir. Angela Merkel sigue apostando fuerte por Weber. Si acaba cediendo quizá exija para Alemania otro cargo de tanto o mayor peso. Por ejemplo, la presidencia del BCE, que nunca ha ostentado. Y hay quien prefiere a Weber en la Comisión que encontrarse con que un halcón alemán como Jens Weidman, presidente del Bundesbank, es el sucesor del pragmático Draghi. Claro que hay otros alemanes con criterios más abiertos.

Sánchez, quizá junto a Macron, juega la carta de Timmermans, pero sabe que puede no salir. Un pacto europeo socialista-liberal (impensable hoy en España) no sería solo para imponerse a Merkel (que también), sino para componer un arreglo con la cancillera alemana. El plan B de Sánchez es que Josep Borrell sea el nuevo ministro de Exteriores de la UE o el sucesor de Pierre Moscovici en la vicepresidencia económica de Bruselas.

Macron ha advertido de que la negociación será áspera y que cabe una seria crisis comunitaria. Pero en la UE, los distintos Estados y partidos quieren ganar componiendo, no excomulgando (salvo a los que quieren liquidar la UE). Es algo que aquí sería bueno tener presente