OPINIÓN

Tener hijos no te hace mejor persona

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Olga Pereda

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Tener hijos no te hace mejor persona. Si eres gilipollas, lo sigues siendo por más padre o madre que seas. “La paternidad -o maternidad- me ha hecho ser mejor persona”. Lo ha dicho el actor Ryan Reynolds, el cantante Robbie Williams y la periodista Ana Pastor. Como titular de entrevista queda muy bien, pero no estoy de acuerdo. Tener hijos puede que te haga un ser más empático, es cierto. El cineasta David Trueba siempre afirma que la paternidad implica llorar mientras ves el telediario. Tener hijos puede que aumente tu paciencia hasta límites que jamás soñaste. Puede que disminuya tu egoísmo. Puede que estés más capacitado para gestionar recursos económicos y humanos (por no hablar de la gestión de las emociones). Pero todo eso no te hace ser mejor persona. Si eres gilipollas lo eres con o sin hijos.

Los padres y las madres, en general, tenemos mala fama. Al mundo de la crianza uno entra con dos grandes prejuicios. El primero, te vas a enamorar de tu bebé nada más nazca (qué gran chiste). Y el segundo, huye de los padres y las madres del cole, huye de los grupos de WhatsApp, huye de los cumpleaños y huye, en general, de todo lo que huela a reunión de padres. Cuando te zambulles en la vida escolar te das cuenta de que hay padres y madres gilipollas, es verdad. Hay padres y madres altivas incapaces de saludar, incapaces de dirigir una palabra de cariño a otro ser que no sea su hijo del alma. Pero son minoría.

Las mamis del cole

La mayoría de madres (perdón por referirme solo a ellas, pero es que somos las que más horas pasamos con nuestros peques) son estupendas. Mi vida es mucho mejor desde que el colegio de mi hijo me ha unido a ellas. Hay madres entregadas a la crianza con apego. Otras más desapegadas. Las hay ingenieras. Y las hay en paro. Hay madres solteras. Otras están separadas y otras, felizmente casadas. Hay madres que llevan camisetas de El Parto es Nuestro. Y otras que están convencidas de que en ningún hospital se practica la violencia obstétrica. Y todas ellas, absolutamente todas, son geniales. Nadie juzga y todas nos apoyamos. El grupo de WhatsApp a veces parece el club de la comedia. Y otras, una sesión terapéutica. Las tardes de parque se hacen infinitamente más llevaderas con la compañía de otras madres (y padres, es verdad). Puede parecer que solo hablamos de nuestros hijos, su alimentación, si merece la pena comprar o no una Thermomix o si son mejores las camisetas infantiles de lino o de algodón. Pues no. Las madres hablamos de política, de las elecciones, de Catalunya, de inmigración, del último libro que nos ha robado el corazón, de series que enganchan, de la última película que hemos visto en el cine (sí, de vez en cuando vamos al cine) y el último museo que hemos visitado.

No conozco a estas mujeres antes de que tuvieran hijos. Pero la intuición me dice que eran tan estupendas como lo son ahora. La maternidad no las ha hecho estupendas. Es que ya lo eran antes.

Ahora, que se acerca el final de curso, tengo sentimientos encontrados. Quiero vacaciones, por supuesto. Pero me da vértigo pasar tres meses sin la compañía de las mamis del cole. Sin ese café robado a la jornada laboral. Sin ese intercambio de recetas saludables. Sin esa conversación de política en mitad de la fila para buscar a los niños. Sin esas risas de malasmadres. Sin esa tarde de parque hablando de lo difícil que es la crianza. Sin esas meriendas comunitarias. Sin esa vidilla que nos damos las unas a las otras. Sin esa ayuda extra cuando tú no llegas a recoger al crío. Sin esa complicidad.

Hay mamis del cole muy molonas. Y las que son gilipollas, lo eran antes de ser madres y lo siguen siendo ahora. Son minoría y las demás, legión.