Autoficción de Gertrude Stein
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
En esta época en que los equívocos del yo y los juegos de espejos con la realidad han conquistado cada vez más los dominios de la ficción, es un acierto que la editorial L’Avenç recupere ahora la traducción al catalán de 'Autobiografia d’Alice B. Toklas', que escribió Gertrude Stein (versión de Assumpta Camps). Publicadas originalmente en 1933, estas memorias por persona interpuesta son, ante todo, un ejercicio fascinante de egolatría disfrazada. Me explico. Alice B. Toklas llegó a París en septiembre de 1907 y enseguida conoció a Gertrude Stein, que estaba allí desde hacía un par de años. Desde entonces, las dos americanas vivieron juntas hasta 1946, a la muerte de Stein, y durante esas cuatro décadas se relacionaron con los pintores que estaban transformando la escena artística del momento —Cézanne, Picasso, Matisse— y con escritores como Scott-Fitzgerald o Hemingway.
La estrategia de la escritora es dar voz a Alice B. Toklas para que nos cuente su vida
La estrategia de Gertrude Stein es dar la voz a Alice B. Toklas para que nos cuente su vida, y así lo hace en las tres primeras páginas, cuando habla de “antes de ir a París”, pero luego, nada más pisar la ciudad y conocer a Stein, su mirada cambia y lo ve todo a través de los ojos de su amiga. De modo que, en el fondo, es Stein quien habla de sí misma, solo que en tercera persona y como si fuera Alice quien cantara sus excelencias. Es una jugada maestra, un truco de ventrílocuo, un artificio de la voz narradora y al mismo tiempo una demostración de amor propio que se justifica sobre todo porque a su alrededor -en su casa- aparece un mundo que pronto comenzará a desplegar toda su influencia en el futuro del arte.
Cuentan que Alice B. Toklas era una señora discreta, que más bien pasaba desapercibida al lado de la personalidad y el corpachón de buda de Gertrude Stein. Su actitud apocada, quizás un poco boba, se vislumbra también en su forma de narrar. Este estilo cercano y coloquial, que encadena anécdotas con los pintores o los amigos que las visitaban en la casa de la 'rue' de Fleurus, es adictivo y convierte la lectura en una ventana privilegiada a ese tiempo. Y desde el centro de la página, Gertrude Stein nos observa con una simpatía socarrona.
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