En la piel de otro

Bendito Cicerón

¡Qué gusto poder reproducir, desde un escenario, y en este preciso momento político, algunos de los pensamientos de Cicerón!

El teatro romano de Mérida.

El teatro romano de Mérida. / periodico

Josep Maria Pou

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Las idas y venidas de mi oficio me tienen ahora anclado en un nuevo personaje, Marco Tulio Cicerón. No les negaré que ando un tanto mareado. Pasar de la última función del capitán Ahab (pura irracionalidad) al primer ensayo de Cicerón (puro raciocinio) requiere de muchos equilibrios. Envidio ahora, por supuesto, al genial Lope de Vega, capaz de imaginar no ya uno sino muchos personajes en cada función y darles forma en tiempo record: “Más de ciento, en horas veinticuatro, pasaron de las musas al teatro”. Yo soy bastante más lento (y más lerdo, debería decir).

Pero entro, tranquilo, en la piel de Cicerón. Después de habitar, durante año y medio, la mente embravecida de Ahab, la del senador romano me parece un mar en calma. Lo que en Ahab era grito, en Cicerón es discurso. Lo que en Ahab era bogar a ciegas, en Cicerón son ideas claras. Soy actor y, al tiempo, de manera unitaria, ciudadano de un país en época de cambios. Mi primer día de ensayos coincide con el fin de un largo periodo electoral y el inicio de lo que parece ser una enrevesada fase de negociaciones para llegar a gobernar. ¡Qué gusto poder reproducir, desde un escenario, y en este preciso momento, algunos de los pensamientos de Cicerón!

Lean, sino, lo que estoy memorizando ahora mismo: “El mejor gobierno es un equilibrio de poderes” y “cuando aspiras a alcanzar el puesto más alto, recuerda que también es honorable la segunda o tercera posición”. Es como si el mismo Cicerón nos estuviera observando y, abriéndose paso entre filípicas y catilinarias, asomara la cabeza para hablar claro y de frente. Sigo memorizando: “El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar un poder que pretenda hacerse superior a las leyes”. Y sigo: “Como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad”.  Y llego al final de la página con este descubrimiento: “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.

Bendito Cicerón, que llega a mis manos cuando más lo necesito.

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