Profesión de prestigio

¿Tienen influencia los economistas?

Mucha paciencia, horas de trabajo y colaboración con otros especialistas son virtudes necesarias para ser verdaderos servidores de la sociedad

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Antonio Argandoña

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¿Son influyentes los economistas en la política y en la sociedad? Supongo que sí; al menos, estamos en todas partes, nos llaman los políticos, la gente nos escucha (otra cosa es que nos haga caso), participamos en los medios de comunicación y en las redes sociales… Parece que tenemos un conocimiento especializado y algo esotérico que tiene interés. Todos nos atrevemos a opinar sobre deporte y política, pero, cuando se trata de economía, preferimos dejar hablar al que dice que sabe.

 "Sí", me dice el lector, "pero os habéis columpiado con la crisis. Hasta la reina de Inglaterra se preguntaba dónde estaban los economistas cuando ocurrió todo aquello". Es verdad: suelen decir que los economistas somos muy buenos para predecir lo que pasó –y, a veces, ni sobre esto nos ponemos de acuerdo. En todo caso, tenemos una coartada: la situación era demasiado complicada. Y otra: después de que la crisis estalló, nos pusimos rápidamente a leer a los economistas, porque eran los que, según parecía, sabían explicar lo que había pasado, aunque ellos no lo hubiesen sabido prevenir.

Tener economistas a mano

En todo caso, a los políticos les viene muy bien tener economistas a mano. Cuando un problema parece complejo, acuden al economista; cuando hay que explicarlo, se impone el lenguaje de la economía, y cuando el economista fracasa… se le echa, y se busca otro economista para que haga lo que el anterior no fue capaz de hacer. Lo que quiere decir que la economía es importante (y perdone el lector esta falta de humildad por mi parte). Y, por tanto, que es influyente.

Todo esto viene, precisamente, de un traspiés económico importante, la Gran Depresión de los años 30, y de una “oportunidad”, la segunda guerra mundial. En Estados Unidos e Inglaterra los economistas hicieron horas extras para hacer frente a la gran demanda de planificación, logística, operaciones, gestión de inventarios y otras necesidades, mediante técnicas que los economistas eran capaces de dominar. Hubo muchos puestos de trabajo para ellos y, con los empleos, dinero para las universidades y los centros de investigación. Y prestigio. Y oportunidades.

¿Influye la economía? Sí, claro. No por una cuestión de moda, sino por una demanda real, como la que ahora vemos en los temas de digitalización, big data, inteligencia artificial y todo eso. La demanda de economistas se ha mantenido, sobre todo en el ámbito empresarial y financiero. Además, según una ley que enunció el economista francés Jean Baptiste Say, “toda oferta crea su propia demanda”: cuando un economista entra en una oficina pública, hay que poner otro en la de al lado, para que se entienda con el primero, porque su manera de pensar no es la del ciudadano medio, el lenguaje que emplea es distinto y sus propuestas necesitan estudio y reflexión. Y porque habla de temas que parecen serios: productividad, eficiencia, coste-beneficio…

Claro que, cuando alguna profesión se desarrolla con fuerza, las otras hablan se rebelan. Se habla así del imperialismo de la ciencia económica y, sin duda, lo hay, cuando pretendemos tener una teoría que vale para toda acción humana, desde la compra de vivienda hasta la elección de pareja… Pero esto no quiere decir que nuestra disciplina sea irrelevante. Simplemente, hemos de reconocer sus límites.

Conocer los límites

Vaya: me parece que me ha salido un canto demasiado apasionado a la profesión de economista. Acabaré con una frase de Keynes, ese economista famoso al que todos citamos: “sería espléndido que los economistas consiguiesen verse a sí mismos como gente humilde y competente, al nivel de los dentistas”. Hagamos, pues, un esfuerzo por ser verdaderos servidores de la sociedad. Tratar de un problema como el de la mejora de la estructura fiscal de un país es una tarea complicada, que no se resuelve al nivel de un artículo de periódico. Hace falta mucha paciencia, horas y colaboración con otros.

Hay que escuchar a los que, dentro de la misma ciencia económica, no piensan como nosotros y, por supuesto, a los que trabajan sobre los mismos problemas desde otros puntos de vista, como la ciencia política, la sociología o la psicología. Hay que conocer los límites que tiene la toma de decisiones en política: una propuesta genial no tiene grandes posibilidades de avanzar si no tenemos en cuenta que hay que ganarse la aprobación de otras fuerzas políticas y, claro, de la opinión pública. Arreglar dientes durante todo el día no es algo sencillo. Ser un buen economista tampoco. Pero hace falta que algunos lo hagan.