El culto a la juventud

'Ageism', discriminar por la edad

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Josep Oliver Alonso

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Los resultados del domingo han confirmado, entre otros aspectos, profundos deseos de cambio. Nada inesperado, dado lo que sucedió en las generales. Pero como doctores tiene la Iglesia, que desmenuzarán lo sucedido, me permitirán que los orille y me centre en un par de incalificables incidentes, desapercibidos en el fragor de la batalla electoral.

Me refiero al uso, en el debate político, de argumentos 'ad hominem'. Es decir, los destinados a desacreditar a alguien que ofrece un razonamiento para, en virtud del estigma conseguido, despreciar sus argumentos. Se trata de un viejo conocido: la Iglesia Católica lo enseñaba en sus seminarios a los aprendices de sacerdote hace algunas décadas. Y, entre otros, la extrema izquierda leninista lo ha usado a menudo. En Catalunya tenemos un ejemplo que, todavía hoy, hiela las venas: en verano del 1937, en los llamados 'fets de maig', el POUM fue desmantelado y sus líderes presos o desaparecidos; y entonces se propagó aquello de "¿Dónde está Nin? En Salamanca o en Berlín". ¿Para qué discutir con él si se trataba de un espía?

Argumentación 'ad hominem'

Hoy, por suerte para todos, las cosas han cambiado. Pero la pervivencia de la argumentación 'ad hominem' continúa. Y es su uso en las elecciones municipales, y lo que significa, lo que quisiera comentar. Ha emergido en políticas que proceden de entornos dispares: el Partido Popular y Junts per Catalunya, aunque hay otros ejemplos. Dos de sus más conspicuas representantes, Álvarez de Toledo y Elsa Artadi, han coincidido en echar al cubo de la basura a sus contrincantes de mayor edad, justamente porque tenía más años. En el caso de Álvarez, destacando la senilidad (sic!) de Manuela Carmena y, en el de Artadi, por la falta de futuro de los 76 años de Ernest MaragallErnest Maragall.

Esas críticas esconden un par de aspectos particularmente rechazables. El primero, la descalificación personal como método de discusión, justo para evitar entrar en consideraciones acerca de las propuestas formuladas. Y ello tanto por lo que entraña de deplorable falta de argumentación, como por lo que muestra de desprecio hacia unos votantes que merecen discutir programas y propuestas. Y no acerca de la edad u otras características personales de los candidatos.

Anclados en el pasado

El segundo tiene que ver con la incapacidad de nuestra sociedad, por lo menos hasta hoy, en conferir un trato adecuado a las personas de mayor edadQue Álvarez y Artadi se hayan atrevido a utilizar estos descalificativos dice poco de ellas, pero en particular dice poco de nuestra sociedad: difícilmente los hubieran usado si no creyeran que coincidían con parte del cuerpo electoral. Es por ello por lo que, aunque no me gustan los neologismos, he titulado 'Ageism' este artículo. Este vocablo inglés expresa con rotundidad lo que ha sucedido: discriminación por edad. Pura discriminación. Habrá que convenir que los británicos, los inventores del término, nos llevan ventaja: hace ya una década que en aquel país esa discriminación está perseguida. Pero España es particular: somos campeones, y lo celebro, en la lucha contra cualquier otro tipo de exclusión, sea por razón de sexo, raza, religión o ideología. Pero, en lo tocante a la edad, eso no es así: continuamos anclados en un remoto pasado.

Los ejemplos de esta segregación son más que abundantes. Pero se podrían resumir en las dramáticas dificultades para mantenerse activos de un contingente no menor de aquellos con 50 o más años. O en la penalización, o la prohibición, para continuar en el mercado de trabajo para los que llegaron a la jubilación: no ha sido hasta 2013 que nuestras leyes contemplan, en supuestos muy restrictivos, esa posibilidad para los que lo deseen.

El culto a la juventud

¿Qué refleja esa desconsideración? Debe tener raíces muy dispares (biológicas y económicas, entre otras) pero, sean cuales sean, en las últimas décadas se ha impuesto el culto a la juventud y su negativo, el desprecio a la vejez. Pero, de jóvenes, los hay de muchos tipos. Desde aquellos que sacrifican su futuro en pro de la sociedad hasta las Juventudes Hitlerianas, que también lo eran. De hecho, que el empuje y la fuerza de la juventud no siempre es un valor parece que era la visión de los clásicos: en la Atenas de Pericles, 30 años era la edad mínima para poder ser elegido.

En todo caso, la discriminación por edad debería ser abandonada de una vez por todas. Hemos progresado, y mucho, en el rechazo de otras discriminaciones. Y ello, y fundamentalmente, porque una sociedad avanzada ha de basarse, estrictamente, en los méritos. Y estos no conocen de sexo, ideología, raza o religión. Pero tampoco de edad.