El nuevo Parlamento de la UE

Una Europa diversa y real

El voto no ha castigado en exceso al proyecto europeo en sí, pero lo ha hecho con los partidos del statu quo

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Sonia Andolz

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El 26-M era una multicita electoral en la que compartíamos con los conciudadanos europeos el deber de renovar la Cámara de representantes comunes. Tradicionalmente, en España la coincidencia con otra cita electoral aumenta la participación en el voto europeo que, en esta ocasión, ha sido de 64.3%. Lo que los votantes pocas veces tenemos en cuenta al votar en las europeas es en qué grupo se integrará esa fuerza política. Como en los Parlamentos nacionales, en Bruselas los partidos se integran en grupos y no siempre son tan obvios u homogéneos como podría suponerse. El equilibrio tradicional entre las grandes corrientes políticas: conservadores, socialdemócratas y liberales se ha visto más y más afectado en cada una de las anteriores citas. En el 2014 ya quedó claro que muchos partidos pequeños juntos podían hacer decantar la balanza. Además, supusieron el paso del euroescepticismo al discurso eurófobo.

Así, el culebrón interminable del 'brexit', la no-recuperación económica para la mayoría de la clase media, la vergonzosa no-gestión de la llamada 'crisis de refugiados' y el constante juego entre el palo y la zanahoria con quienes representan valores en principio opuestos a los europeos (Trump, Arabia Saudí o Xi Jinping, por nombrar a algunos) han hecho perder credibilidad a los que ofrecían propuestas tradicionales. Bruselas temía una subida de la extrema derecha eurófoba que dinamitase lo conseguido hasta el momento e impidiese mejorar o solucionar lo pendiente. Finalmente, el voto no ha castigado en exceso al proyecto europeo en sí, pero lo ha hecho con los partidos del statu quo. La extrema derecha antieuropea aumenta su presencia en el Parlamento -aunque menos de lo previsto– y los partidos tradicionales disminuyen. Los votantes europeos han optado por una mayor variedad de representantes y habrá que ver si consiguen ponerse de acuerdo en coaliciones heterogéneas.

Por un lado, hay una fragmentación de la derecha y derecha radical. El Partido Popular Europeo (PPE) baja de 221 a 180 eurodiputados y aunque se mantiene como primera fuerza en la Cámara, algunos de sus votantes parecen haber optado por otros partidos. La coalición Europa de las Naciones y Libertades (donde se juntan el Frente Nacional de Le Pen o la Liga Norte de Salvini) entra con 58 representantes y la coalición liderada por Nigel Farage (que, a la espera del 'brexit', sigue teniendo voz en la Eurocámara) sube de 48 a 54. Los dos grupos suman 112 eurodiputados y se sitúan nacionalmente en la derecha radical pero sus posiciones respecto a la UE difieren mínimamente así que no van de la mano. ¿Dónde se situarán los tres eurodiputados de Vox? Si el PPE decide aceptar los apoyos de estas dos coaliciones, el escenario europeo se moverá todo hacia la derecha.

A ellos, se les pueden sumar los 59 representantes de partidos conservadores que no están en el PPE sino en el grupo ECR, o los 109 de los liberales europeos (ALDE), que han tenido una subida notable de los anteriores 67. Si, como vemos en algunos Parlamentos nacionales el PPE –donde está el Partido Popular de España- decide apoyarse en ALDE –donde se integra Ciudadanos– seguiría necesitando más apoyos para lograr la mayoría de 376.

En el centroizquierda e izquierda también ha habido movimiento de sillas. El grupo socialdemócrata (SD) ha bajado de 191 a 146 representantes, manteniéndose como segunda fuerza. La subida espectacular de los Verdes, principalmente en Alemania, les sitúa en una situación favorable para poder condicionar políticas. Sus 69 representantes (antes 50) son atractivos para los SD y pueden sumar votos junto a otros grupos progresistas, pero siguen siendo insuficientes para gobernar.

Si los resultados multipartidistas del 26-A ya nos parecieron complicados para visibilizar una gobernanza, imaginemos ahora los cinco años que les esperan a los y las eurodiputados. Mucho trabajo y mucha negociación. La ciudadanía europea ha apostado por una variedad muy heterogénea y ha castigado tanto a quienes han tenido a la UE alejada de lo que ocurría en todas sus calles como a quienes han olvidado sus principios y valores en pro del cortoplacismo, los despachos y las normas del sistema. Quizá es momento para la izquierda europea de reorganizarse y ofrecer proyectos reales acordes con la solidaridad, la convivencia y la sostenibilidad, criticando lo que el  sistema impida hacer y oponiéndose a lo que no cumpla con esos principios. Solo así el votante de izquierdas recuperará algún interés o ilusión por el proyecto comunitario.