Al contrataque

Narcisismo: riesgo laboral

Los escritores necesitamos lectores, pero ¿quién dice que los seguidores virtuales lo sean? ¿Cómo dar a conocer la propia obra sin caer en el ensimismamiento en uno mismo?

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Najat El Hachmi

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Cuando era pequeña me fascinaba el mito de Narciso, tan deslumbrado por su propio reflejo que acabó ahogándose en él. Las historias antiguas ya nos alertaban sobre verdades que harían evidentes, siglos más tarde, los psicoanalistas, todos grandes lectores, hay que decirlo.

Si tuviéramos que analizar la sociedad contemporánea a la luz del mito podríamos afirmar, sin equivocarnos demasiado, que ya nos hemos ahogado todos en nuestro propio reflejo. Ahora los espejos tienen infinidad de filtros que nos embellecen, nos muestran el ángulo que consideramos más favorable, nos adelgazan, nos hacen una piel tan fina que en ella no aparecen ni los poros por donde respira. Somos de cera y no nos importa porque libramos un combate a muerte contra las imperfecciones. El brillo en nuestros ojos es inventado, lo añadimos deslizando un dedo, pero nos da igual. A base de impostar felicidad esperamos que esta se haga realidad más allá de la pantalla del móvil.

El uso de las redes, sobre todo la más vanidosa, Instagram, aumenta de modo exponencial el riesgo de narcisismo. Son tan bonitas las cuentas de los demás, tan bien puestas la instantáneas, tan deslumbrantes y envidiables sus vidas que a menudo olvidamos que se trata de un aparador donde no hay lugar para el lado más oscuro de la existencia. Por eso cuando hace unos meses a una víctima de violación se le reprochó que hubiera seguido usando la red como si no le hubiera pasado nada, a las más jóvenes, expertas 'instagramers', no les parecía ninguna contradicción: no lo vas a poner en el 'Insta', que te han violado.

No, en Instagram no se pone lo feo de la vida, ni en lo estético ni en lo profundo, sobre todo cuando estás en la red por motivos profesionales. Somos la primera generación que tiene que gestionar este tipo de herramientas, no podemos mirar atrás dentro de nuestras propias tradiciones para ver qué hicieron aquellos a los que admiramos. ¿Rodoreda, Pla o Roig se habrían sumado a la ola o se habrían mantenido al margen? ¿Nos los podemos imaginar haciéndose un selfi? No, pero también es verdad que a ellos no los bombardearon noche y día con la necesidad de crear una marca personal, de tener que hacerse visibles más allá de sus textos. A lo mejor en su caso, y no es una excusa para justificar grado alguno de narcisismo, la cultura ocupaba más espacio y no eran los propios autores los que tenían que encargarse de la promoción y difusión de su propia obra.

Los escritores necesitamos lectores, pero ¿quién dice que los seguidores virtuales lo sean? ¿Cómo dar a conocer la propia obra sin caer en el ensimismamiento en uno mismo y que las personas que nos siguen no sean más que un espejo al servicio de la propia vanidad?

De momento yo lo que hago es intentar que la sombra de narciso no se me cuele sin darme cuenta.