ANÁLISIS

Europa o los restos

El riesgo es evidente. Cuanta más abstención, más fácil que entren los que quieren impedir cualquier avance

Los seis candidatos a presidir la Comisión Europea, durante el debate celebrado en Bruselas el 15 de mayo del 2019. En la pantalla, la alemana Ska Keller, del Partido Verde Europeo.

Los seis candidatos a presidir la Comisión Europea, durante el debate celebrado en Bruselas el 15 de mayo del 2019. En la pantalla, la alemana Ska Keller, del Partido Verde Europeo. / periodico

RAAFEL VILASANJUAN

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El afecto a Europa anda ciertamente decaído. Para muchos ciudadanos el parlamento común es prácticamente inocuo, un gran teatro donde caben todo tipo de excéntricos, un foro de buenas y malas intenciones, pero poco más. Sobre el proyecto europeo se ha ido instalando un envoltorio que lo define como un ente de gobernanza ambigua, controlada por burócratas, más que por representantes electos. Tras una campaña dominada por quienes más la critican sería absurdo esperar ahora un milagro en las elecciones que devuelvan la verdadera dimensión de lo que está en juego. Pero es mucho, por eso hay  buenas razones para no caer en la desafección.

Para empezar pongamos sobre la mesa aquellos problemas que, según buena parte de los sondeos, preocupan seriamente. Ahí van tres de los que requieren una respuesta urgente en esta legislatura y para los que ninguno de los países individualmente tiene capacidad de respuesta o poder suficiente para cambiar las cosas: un acuerdo migratorio que ponga orden al caos de un espacio común roto; el reparto de la fiscalidad de las grandes multinacionales tecnológicas, listas para evadir sus responsabilidades en cuanto ven el hueco, y sobre todo la posibilidad de respuesta urgente al calentamiento del planeta.  Solo por estos ya vale la pena pensar el valor de un voto. 

Hay muchos más que van a influir en la capacidad de mantener el bienestar que nos ha traído hasta aquí. Desde las políticas financieras o el papel en el conflicto comercial que ahora mismo enfrenta a las dos grandes potencias mundiales, hasta la posibilidad de una fuerza de mediación común en lugares donde millones de personas están amenazadas, la lista donde los gobiernos nacionales son del todo irrelevantes, es mucho más amplia. En esa agenda solo Europa cuenta. Por eso es un error que las sociedades entiendan en clave nacional el voto a un parlamento europeo que va a estar más atomizado que nunca. Un voto que en muchos casos acaba convirtiéndose en una moción de castigo a los políticos nacionales, que nada o muy poco tiene que ver con lo que de verdad está en juego. De ahí el escaso interés de buena parte de los ciudadanos. De ahí también que los movimientos ultra y los populismos se vayan haciendo cada vez más espacio en un parlamento común, frenando el debate sobre los grandes retos.

Respuesta contundente

El riesgo es evidente. Cuanta más abstención, más fácil que entren los que quieren impedir cualquier avance, convencidos de que los problemas de la ciudadanía se resolverán mejor en los estrechos límites de unas soberanías bien guardadas en pequeños estados. Frente a quienes desean el regreso a esas fronteras habrá que recordar que a medida que avanza el mundo globalizado, la capacidad de respuesta de cada uno de los países por sí solos es cada vez mas irrelevante. Ahí donde la agenda requiere una respuesta contundente, solo Europa emerge. O eso, o quedará en manos de quienes, sin ofrecer nada a cambio, solo quieren dejarla en los restos. Eso es lo que está en juego.