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Oposición desleal

Sería inteligente que los partidos con vocación de gobierno alcancen un acuerdo de gobernabilidad: abstención en segunda votación

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Rafael Martínez

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El reciente rechazo de ERC, acompañado del impenitente oportunismo del PDCat, me ha recordado una obra de nuestro mejor politólogo, Juan Linz: 'La quiebra de las democracias'.  En ella, refiriéndose a la imprescindible oposición política al gobierno, distinguía entre la leal, la semileal y la desleal.

Cualquier oposición política, nos recordaba, “debe mostrar el disenso y buscar desacreditar al contrario mostrándonoslo como representante de intereses solo de parte en los conflictos de interés público”. ¿Qué les distinguía entonces? La intensidad y la mala fe. De hecho, con la oposición desleal es mejor no hacerse ilusiones; su dinámica es desgastar el sistema hasta quebrarlo. En cambio, una oposición leal asume las derrotas -es saludable llamar al vencedor por teléfono y felicitarle por la victoria-, se centra en controlar al gobierno y plantear permanentes alternativas o modulaciones a la acción del mismo. Tampoco deberían consentir que el gobierno del país pueda depender de oposiciones desleales. Ello no solo va en detrimento de la fuerza que galantea con los apoyos -que también-, sino que va en perjuicio del sistema democrático en su totalidad.

Nuestro sistema de partidos siempre ha contado, con más o menos integrantes, con tres bloques: las fuerzas con vocación de gobierno y que propugnan un modelo propio de país -Podemos, PSOE, Cs, PP-, los nacionalismos semileales dispuestos a apoyar gobiernos 'a cambio de' -PNV, CC, PRC, Compromís- y las oposiciones desleales (independentistas -ERC, PDCat, Bildu- y parafascistas -Vox-).

Nueva aritmética

El gran cambio tras las elecciones de 2015, 2016 y 2019 es que al ganador del primer bloque con algún apoyo del segundo ya no le alcanza para gobernar. La nueva aritmética nos indica que, para gobernar, bajo diferentes fórmulas de acuerdo, hacen falta dos de los cuatro grandes; pero para salvar la investidura o para cualquier reforma de calado es imprescindible la implicación de tres de los cuatro. Algo, por lo demás, muy similar a lo que ocurre en la Unión Europea.

De no producirse esos apoyos vamos a nuevas elecciones, que tienden a generar resultados que nos llevan al mismo atolladero: gobierno, dos de los cuatro, e investidura, tres.

Por ello, sería inteligente que los partidos con vocación de gobierno alcancen un acuerdo de gobernabilidad: abstención en segunda votación.  Hay diputados del PP y de Cs que antes de repetir elecciones -máxime cuando la participación ha sido elevadísima- o de ver al Gobierno conformado por la acción de la oposición desleal, preferirán abstenerse y facilitar la investidura. Pero que nadie se engañe, ello no supone sumisión, ni docilidad. Gestionar un Gobierno minoritario -monocolor o de coalición- no será nunca un camino de rosas. Al Gobierno le tocará hablar, y mucho, con todos; alcanzando acuerdos con sus socios, con sus rivales y con las oposiciones semileales. No en vano, la democracia de consenso consiste en integrar en sus decisiones ‘a tanta gente como sea posible’.  Ello solo se logra desde el diálogo, la cesión y el pacto, y no desde innumerables líneas rojas. 

*Catedrático de Ciencia Política (UB).