LA CLAVE

Narcisos

Las redes estimulan la autocontemplación de los líderes políticos

Carles Puigdemont, en Dublín, en enero del 2019.

Carles Puigdemont, en Dublín, en enero del 2019. / NIALL CARSON / ap

Albert Sáez

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Las redes sociales estimulan nuestro narcisismo. Instagram, por ejemplo, no solo sirve para compartir lo que somos sino para proyectar lo que queremos ser. Es lo que la publicidad clásica llamaba "aspiracional", nos produce la satisfacción de pensar que logramos lo que deseamos, aunque sea de manera virtual. La tecnopolítica, en expresión de Antoni Gutiérrez-Rubí, obliga a los candidatos a reforzar su perfil en las redes sociales para construirse eso que llamamos "marca personal". Hay partidos, como Junts per Catalunya, que hacen sus listas en función de la popularidad de los aspirantes en las redes, por eso son tan sensibles a las críticas que reciben en el ecosistema digital. Todo ello favorece que tengamos hoy unos líderes políticos bastante narcisistas, aunque a menudo nos cueste distinguirlos por encima de las ideologías. 

Carles Puigdemont ha conseguido que una parte de los electores independentistas le consideren un icono. No es la primera vez en la historia que pasa. Lo novedoso es la manera cómo el líder de Junts per Catalunya administra esa devoción, evitando casi siempre hablar del fondo para quedarse en las formas. Elección tras otra, Puigdemont consigue que se hable de "lo que le han hecho" y no de "lo que ha hecho". La última ha sido el estéril intento de la Junta Electoral Central que trató de impedirle que fuera candidato antes de ser condenado. Un episodio que le libró de dar explicaciones sobre la razones que provocaron que su lista perdiera las elecciones generales en Catalunya al cambiar a experimentados diputados por estrellas de Twitter. En las antípodas ideológicas, algo similar le ocurre a Albert Rivera, siempre más preocupado por sus propias marcas que por sus posibilidades de gobernar. Nunca se ha visto a nadie tan contento de quedar tercero aunque pintando la mitad que en la anterior legislatura. Pablo Iglesias sufrió de narcisismo tras las elecciones del 2015 aunque ahora parece superado esa fase. Al contrario que su correligionaria Ada Colau que, en el tramo final de la campaña, parece más pendiente de los halagos que recibe de lejos (incluida Dilma Rousseff, destituida por corrupción) que de las desafecciones cercanas, ignorando que debilitan su proyecto en términos electorales.