Las vergüenzas de Pablo Casado

El presidente del PP, Pablo Casado, en un reciente desayuno informativo en el que participó

El presidente del PP, Pablo Casado, en un reciente desayuno informativo en el que participó / periodico

Gemma Robles

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El lunes 27 de mayo la mayoría de los políticos se levantarán tarde. Es lo que toca. Los resultados de las elecciones europeas, locales y autonómicas no se conocerán de forma completa hasta bien entrada la madrugada. Cuando suenen sus despertadores habrá resacas. Habrá sonrisas amplias y también caras de póquer. Habrá ansiedad de algunos por dejarse ver en los medios, triunfantes, y habrá pereza para salir de una cama que dará más seguridad que las preguntas de la prensa y los reproches de compañeros. Habrá llamadas y mensajes acumulados para citarse a inminentes negociaciones. Habrá estrategias judiciales y políticas a desarrollar, según el resultado, en el mundo independentista.

Habrá quien comience a preparar una investidura y quien tenga que compaginar atención a un bebé recién nacido en una campaña que ya expira con análisis de votos. Y habrá quien ya sabe que, desde esa misma mañana de mayo, sus vergüenzas quedarán al desnudo. Muchas o pocas, según la cosecha en las urnas, pero al desnudo. Ese es el caso del popular Pablo Casado, que tendrá que rendir cuentas. Su partido le ha permitido en estas semanas disimular la hecatombe del 28-A con un disfraz. El de centrista. Seguirá llevándolo puesto al menos hasta el próximo domingo. Después, ya se verá si se convierte en uniforme oficial y símbolo de remontada o se guarda en un baúl a la espera de que, en el medio plazo, un nuevo líder o lideresa trate de portarlo sin que parezca ropa prestada para enfrentar una urgencia.

A todos los populares les ha convenido que Casado se desdibujara entre tanto ropaje en esta segunda campaña. Les ha convenido a los mismos que le auparon en un congreso del PP hace un año y que, tras dejar hacer confundidos por su oasis de Andalucía, se echaron las manos a la cabeza por el nefasto resultado del 28 de abril. Se han perdido escaños hasta llegar a 66, pero también credibilidad, poder, predicamento y a partir de junio, puestos de trabajo en las filas populares. A menos apoyos, menos subvenciones y menos personal (el PSOE vivió una situación similar en su día). Así las cosas se ha optado por envolver la realidad en telas ligeras, más propias del prêt à porter, en busca de voto fugado o espantado con tentaciones de volver a "la casa común" del centro-derecha, esa que se ubica en la madrileña calle de Génova y que no descarta tener que ponerse el cartel de ‘se vende’.

El 27-M el jefe de los populares tendrá que exhibir sus vergüenzas, sin más treguas. Si la madrugada anterior le ofrece la buena nueva de que ha logrado salvarse en terreno madrileño y, además, no pierde a manos de la izquierda feudos como Castilla y León o Murcia, podrá pedir a sus compañeros fe en sus posibilidades y en el cambio de vestuario que tendrá que impulsar en todo caso. Si el resultado es otro menos propicio, Casado habrá de quitarse el disfraz de centrista que le buscaron los suyos en la misma noche electoral e ir pensando en cómo se viste para emprender un viaje, tarde o temprano, que le aleje de un PP que le será hostil. Y que mirará a Galicia esperando una señal. O un milagro.