ANÁLISIS

Una primavera difícil en Argelia

Las calles de Argel bullen de jóvenes que reivindican el final de un modelo que ha creado una brecha insalvable entre la gente corriente y las elites

Un manifestante grita ante un policía antidisturbios durante unas protestas en Argel, el pasado martes.

Un manifestante grita ante un policía antidisturbios durante unas protestas en Argel, el pasado martes. / periodico

Rafael Vilasanjuan

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Ya es primavera en Argelia. La frase tomada del eslogan de unos grandes almacenes cuando empieza la temporada en la que hay que cambiar la ropa en el armario, sirve perfectamente para describir lo que sucede en el mundo árabe, inmerso desde hace tiempo en un cambio demográfico y social profundo para el que ya no sirve el traje con el que han llegado hasta aquí.

Las calles de Argel bullen de jóvenes que reivindican el final de un modelo que ha gestionado el país creando una brecha insalvable entre la gente corriente y sus necesidades y las elites que los gobiernan. En el fondo las mismas razones que llevaron a sus países vecinos a las calles durante las primaveras famosas, que aunque en Argel también llegaron, apenas contagiaron entonces con tanta intensidad.

A pesar de ser el país mas rico entre todos los del Norte de África, el modelo político dista mucho de dar salida a los anhelos de buena parte de una generación mas formada y mucho mas numerosa que la de sus progenitores. Las cosas no pasan por casualidad. La mitad de los 47 millones de argelinos tienen menos de 26 años y uno de cada tres está entre 20 y 30 años. Sus expectativas están en encontrar trabajos y oportunidades económicas y reclaman, con razón, que solo lo conseguirán con regímenes mas abiertos y participativos.

Trump y la UE

Ese es el sentido de la revuelta. Aprovecharon que el presidente Buteflika, tras dos décadas en el poder, era poco mas que un despojo médico sin futuro para reclamar su salida y los militares accedieron. Pero no se trataba de relevar una dictadura familiar, por un régimen controlado por el Ejército. Por eso ahora que la promesa de elecciones el próximo 4 de julio empieza a cuestionarse, las calles de Argel regresan a la protesta. No quieren el cambio cosmético que entregó el poder a los colaboradores de Buteflika. Reclaman un cambio en las reglas y no unas elecciones tuteladas por el mando militar.

Si sumamos las protestas y la salida del dictador en Sudán también recientes, todo apuntaría al regreso agitado al aroma de los mismos jazmines de aquellas otras primaveras. Pero hay algo diferente en Argelia, aunque solo sea porque sabemos lo que ocurrió en aquellas otras. Desde el matadero sirio al regreso de la dictadura en Egipto, solo Túnez parece avanzar hacia una transición interesante.

Las primaveras pillaron en fuera de juego a gobiernos y a los movimientos radicales islámicos. Perdida esa capacidad de sorpresa, entre las protestas actuales no faltará el proselitismo radical. Aunque el Estado Islámico está casi desmantelado en Siria, su propaganda sigue presente en la mente de muchos jóvenes frustrados en el mundo árabe. El Gobierno argelino lo sabe, como sabe también que las protestas tendrán poco apoyo en occidente. La agenda de Trump y de la UE también juegan en Argelia y su prioridad es la cooperación antiterrorista, no una reforma democrática. Por eso, aunque han salido a la calle con la misma ilusión de cambio, esta primavera se anuncia mas difícil.