Fans descontentos
'Juego de Tronos': matar las expectativas
No hay que distraerse de lo esencial: por tópico que suene, aquí lo importante ha sido el viaje
Pep Prieto
Periodista y escritor
Pep Prieto
Fue Alfred Hitchcock uno de los primeros en jugar perversamente con las expectativas del espectador cuando mató a la teórica protagonista de 'Psicosis', Janet Leigh, a los 48 minutos de proyección. Ese mismo clima de orfandad, de pérdida del norte, es el que se apoderaba de todos nosotros cuando veíamos que el rostro más popular de 'Juego de tronos' perdía literalmente la cabeza en el noveno episodio de la primera temporada. En aquella escena quedaban claras dos cosas: que esta no era una serie convencional, porque subvertía lo que todo el mundo esperaba de ella, y que la historia no nos permitiría nunca dar nada por sobreentendido. Y así ha sido. A lo largo de sus ocho temporadas, la serie de HBO se ha dedicado sistemáticamente a desmentir nuestros pronósticos y a torpedear nuestros vínculos emocionales. 'La Boda Roja'La Boda Roja fue el ejemplo más flagrante. Es esa sensación de indefensión, de estar en manos de guionistas malvados, la que ha convertido a 'Juego de Tronos' en un fenómeno mundial. Sí, existe la perfección técnica, el carisma de los personajes, la dimensión épica y el sexo y la violencia. Pero nada de todo esto genera tanta adicción como un buen efecto sorpresa. Del mismo modo que Hitchcock, con su famoso giro, nos obligó a situarnos en el punto de vista de un psicópata, George R.R. Martin y demás artífices de 'Juego de Tronos' nos han convertido en cómplices de sus atrocidades solo predisponiéndonos a la posibilidad de que se produjeran. Nos gustaban, y queríamos más y más.
Gestión de las expectativas
Como todo fenómeno audiovisual de nuestra era, 'Juego de Tronos' ha acabado convirtiéndose en el perfecto reflejo del espectador, y sobre todo de su gestión de las expectativas en tiempos de Twitter. Fijémonos en la paradoja: cuanto más ha avanzado la serie, cuanto más cerca hemos visto su final, más se le ha criticado su obsesiva búsqueda de la rotura de guion. Lo que siempre ha enganchado de ella, esa malévola insistencia en masacrar personajes y dinamitar los supuestos, ha acabado siendo objeto de crítica sistemática de los que ya se habían hecho su hoja de ruta particular. A una serie que siempre ha volado alto por su afición a los giros impensables se le ha acabado pidiendo que actuara al dictado de las conclusiones convencionales; a una serie que siempre ha preferido explicarse por sutilezas se le ha pedido más claridad para razonar algunas decisiones creativas.
Un buen ejemplo lo tenemos en el arco narrativo de Daenerys, este personaje al que mucha gente cuestiona determinadas acciones pero que tenía motivos más que sobrados para hacer lo que ha hecho. ¿Tanto nos cuesta aceptar que quizá todo ello ha sido la historia de un (legítimo) grito de rabia? ¿No será que queremos que los personajes sean como a nosotros nos gustaría que fueran, y no como realmente deben ser? ¿No será que, como la vida, llevamos mal el divorcio entre expectativas y resultados?
Entre lo sublime y lo vulgar
'Juego de Tronos' no ha sido nunca una ciencia exacta, siempre ha basculado entre lo sublime y lo vulgar. Algunas cosas las ha resuelto con brillantez y otras han sido demasiado precipitadas. Pero hay aspectos de la serie que si han acabado decepcionando a mucha gente es porque se había atribuido a los personajes un romanticismo que nunca han querido tener. Por eso el penúltimo episodio de la octava temporada ha dividido tanto, igual que lo hará el final: no ha querido dar al espectador lo que esperaba. Ha dado intimidad a personajes de los que se querían muertes pomposas y ha cargado de épica la caída de secundarios. Era un poco ingenuo esperarse bálsamos y finales previsibles de una serie que no ha parado de autocorregirse desde el primer día.
De hecho, la recepción del tramo final de 'Juego de Tronos' recuerda mucho a la de la temporada que cerraba 'Lost'. Como en aquella serie, la verdadera creadora de las angustias semanales del espectador moderno, la presente temporada ha redundado en algunos clichés, ha estado llena de lagunas y se ha encaminado hacia una resolución que no podía gustar a todos de ninguna de las maneras. Y como ocurrió con 'Lost', cuando termine 'Juego de Tronos' debatiremos mucho sobre el final y sus carencias; habrá quien se sentirá estafado y quien aprovechará para relativizar el fenómeno, pero no debemos menospreciar nunca su verdadero legado. Cuesta mucho encontrar productos audiovisuales que nos regalen esta sensación de revelación inminente, estos nervios previos a ver algo que tienes muchas ganas de ver. Pase lo que pase, no hay que distraerse de lo esencial: por tópico que suene, aquí lo importante ha sido el viaje.
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