ANÁLISIS

Vacío irrefrenable de poder

Lo que ponen en evidencia los hechos de la Cambra es que los miembros del plenario y sus allegados no tienen ningún tipo de poder

Elecciones en la Cambra de Comerç de Barcelona el pasado 8 de mayo.

Elecciones en la Cambra de Comerç de Barcelona el pasado 8 de mayo. / periodico

Xavier Bru de Sala

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Uno de los máximos servidores, y detractores en privado, de la burguesía, Pere Duran Farell, sostenía que en el fondo de todo burgués catalán se agitaba un alma anarquista que lo convertía en inepto progresivo. Visión profética: hoy, Catalunya es el único país de Europa con un vacío auténtico de poder. Infinitamente más que Italia. Si alguien cree que pinta algo, que manda, que lleva el timón o siquiera que dibuja un mapa cualquiera de futuro, lo pueden calificar de iluso sin remisión.

Uno de los lugares comunes más extendidos en Madrid en los últimos meses del procés predecía que el Estado, consciente de su lejanía, no tardaría nada en desembarcar para instalar aquí a una legión de funcionarios atentos y fieles. Ya hemos comprobado que se trataba de otra quimera. Si los catalanes son más capaces que otros muchos de obedecer las leyes es precisamente porque son incapaces de creer en ellas.

Los dos epicentros de la plaza Sant Jaume están presididos por buenas personas alérgicas al ejercicio de cualquier forma de mando. A ambos lados, los sismógrafos que miden la capacidad de transformación efectiva del entorno están aburridos de tanto marcar cero. La relación de Quim Torra Ada Colau con el poder es como la de los veganos con la carne, que prefieren perder la propia por inanición antes de consumir la ajena. Si miran por el balcón es para contemplar el paisaje humano y urbano. ¡Vade retro, gobernanza!

Todo el mundo se lleva las manos en la cabeza con el giro que se ha producido en la Cambra de Comerç. Rebelión de los pequeños, insubordinación, descalabro comparable al 1-O. No exageran pero se equivocan de diagnóstico: lo que ponen en evidencia los hechos de la Cambra es precisamente que los miembros del plenario y sus allegados no tienen, no tenían desde hace muchos años, ningún tipo de poder. Como la caricatura impresa en un globo de feria que se cree muy importante porque ve el mundo desde de arriba hasta que el globo se escapa de la mano infantil que lo sostenía.

Mucho tiempo atrás, en Catalunya existió una clase dominante. Joan Maragall intentó convertirla en dirigente pero fracasó a consecuencia de la Setmana Tràgica. Después de una guerra civil latente de 40 años, regada con la sangre de una gran cantidad de muertos por las calles, Franco otorgó el poder a la clase dominante autóctona, que se enriquecía bajo su protección. Una trama o red de poder que no ha parado de deshacerse desde la Transición, que no ha querido nunca ser consciente de haber quedado reducida a hilachas que cuelgan de las propias ruinas. De hecho, nuestros empresarios no se han planteado nunca de garantizar el futuro de los políticos con puertas giratorias y jugosos estipendios. Ni siquiera el de los más afines. ¡Qué manera de fallar!

Si en algún despacho o comedor de residencia señorial hay alguien que todavía presume de manejar algún hilo, que se pregunte el día 26 por la noche sobre la razón profunda del fracaso de Manuel Valls: como viene de Francia, el país de la monarquía republicana, da por hecho que los catalanes en general y los barceloneses de manera especial también veneran el poder y todas sus pompas. Se equivoca de medio a medio, porque las execran.