Análisis

El gobierno en minoría repunta en Barcelona

Solo Ada Colau apela continuamente a la unión de las izquierdas para empujar Barcelona por la senda del progreso

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Jordi Mercader

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El victimismo puede ser bueno o malo. Por si alguien dudaba, Elsa Artadi se lo ha recordado a Ada Colau. Hay un victimismo natural, estupendo y justificado, el que practica la Generalitat frente a Madrid para cargarle el origen de todos los males; luego está el victimismo antipatriótico del Ayuntamiento de Barcelona cuando reclama del Gobierno catalán que cumpla sus promesas en seguridad, transporte, vivienda, guarderías o residencias de la tercera edad. La 'exconsellera' del Gobierno Torra no pierde el tiempo en desgranar propuestas sino en profetizar desgracias y recordarle a su excolega Ernest Maragall que un día él participó de la profanación del trono de Jordi Pujol por parte del tripartito de izquierdas, la gran amenaza para el legitimismo independentista en su intención de instrumentalizar Barcelona para la causa.

Un peligro teórico si hay que tomarse al pie de la letra la palabra dada en campaña. Solo Ada Colau apela continuamente a la unión de las izquierdas para empujar Barcelona por la senda del progreso. Maragall ni siquiera se lo plantea. Ha dejado claro que no va a pedirle el voto a Jaume Collboni para ser alcalde porque el PSC, su expartido, es ahora el enemigo del pueblo (independentista). El candidato de ERC, al segundo día, ya hacía cábalas sobre un gobierno en solitario, con los 10 o 11 concejales que le otorgan los sondeos. Tampoco parece predispuesto, a día de hoy, a un gobierno municipal con sus socios del Consell Executiu. Algo hay entre Ernest y Elsa que los hace incompatibles.

La alcaldesa Colau no se resigna a repetir el calvario sufrido en su primer mandato e insiste en el tripartito, aunque confía ciegamente en un desenlace mejor del descrito por los sondeos, dada su desenvoltura en el cuerpo a cuerpo electoral.  Hay cierta euforia en sus filas, ignorando tal vez que el titubeo de Maragall en los debates no es síntoma de duda, sino consecuencia de su singular estilo oratorio. El aliado natural de Colau es el PSC, absuelto de su participación en el 155 por las gentes de Podemos que se pasan el día llamando a la puerta del PSOE para estrenarse en el gobierno. Pero Collboni confía todavía en que el efecto Sánchez le regale el 'sorpasso' de la temporada; en última instancia, no le quedará otra que cumplir el mantra fundacional de su partido, donde hay un pacto de gobierno por hacer, allí está el PSC.

En el horizonte apunta pues, para decepción de tripartistas de izquierdas, un gobierno minoritario pero suficientemente estable con 16-17 concejales; sea un Comuns-PSC o un ERC-JxCat, si la beligerancia de Artadi con Maragall no abre una brecha insalvable. Estas combinaciones alejan a Manuel Valls de todo protagonismo en el consistorio, aunque su experiencia en campaña le podría permitir un repunte respecto de les pésimas expectativas de las encuestas. Le favorece que la inseguridad esté (merecidamente) en el centro del debate y su disciplina en el mensaje asegura que la catástrofe del 'procés' estará presente en todas sus frases.