Análisis

La hora del PSC

La presidencia del Senado para Miquel Iceta sería el colofón de la reconquista de posiciones del socialismo catalán dentro del PSOE

Miquel Iceta, en el Parlament

Miquel Iceta, en el Parlament / periodico

Inma Carretero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si la lógica se impone, Miquel Iceta debería de tener esta semana luz verde para ser designado senador y ocupar, la que viene, la presidencia de la Cámara Alta. Sería el colofón institucional de una reconquista de posiciones del PSC dentro del PSOE que comenzó en las primarias de 2017 cuando, a pesar de la cacareada neutralidad activa de su primer secretario, los socialistas catalanes fueron decisivos para que Pedro Sánchez derrotara a Susana Díaz.

Que el líder del PSC esté en la cúspide del Senado, por poco territorial que sea esta Cámara, lanza un mensaje de mucha potencia a un PSOE que ha vivido esta cuestión con desgarro. El tema territorial nunca ha sido pacífico entre las federaciones porque tampoco sus electorados lo han entendido de forma homogénea. De hecho, en los tiempos en los que Iceta hiperventilaba con su “Pedro, ¡líbranos de Mariano Rajoy!”, Guillermo Fernández Vara no restaba ni una pizca de dramatismo al supuesto de que se buscase una investidura con el soberanismo: “Si no dejamos claro que no tenemos nada que ver con el independentismo, a nosotros en Extremadura nos matan”, llegó a decir en un comité federal.

Es cierto que para entonces se suponía que PSOE y PSC ya habían alcanzado un punto de encuentro, en 2013, sobre hasta dónde podían llegar, aquel giro federal que canalizó las aguas territoriales del socialismo por el cauce de la Declaración de Granada. Ahí estaba el recién desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba en el centro de la foto, tan solo un año después de haberse decidido a pelear por el liderazgo del PSOE frente a Carme Chacón. “No podíamos entregarle el partido al PSC”, era una de las reflexiones que hacían en su entorno a cuenta de su candidatura a la secretaría general, cuando ya lo había sido casi todo.

Para que el PSC haya ganado influencia tuvo que producirse la ruptura de la disciplina de voto en la investidura de Rajoy, una gran crisis entre los dos partidos hermanos y la derrota interna de Susana Díaz, que todavía se lamenta del “traje” que le habían hecho en Catalunya a pesar de que ella había apoyado a Chacón en su duelo con Rubalcaba. En plena escalada independentista, la “accionista mayoritaria del PSOE”, como la denominó Iceta entre bromas en alguna ocasión, se encontró con que en las generales de 2015 y 2016 ya no la invitaban a ningún mitin en la histórica “novena provincia andaluza”. Por cierto, que la está recorriendo en estas campañas María Jesús Montero, la ministra a quien el sanchismo mira como recambio de su liderazgo en el sur.

Es este nuevo PSOE de Sánchez el que tiene que lidiar desde el Gobierno con la crisis política de Catalunya y el que ha querido que el PSC deje su impronta en sus líneas de actuación. Empezó en las primarias, continuó en el 39º Congreso con el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado (un tema congelado, todo sea dicho, en el programa de 2019) y culmina ahora situando a Miquel Iceta al frente del Senado, más allá de la inevitable lectura en clave sucesoria que puede hacerse de este movimiento. Llegó la hora del PSC.