Dos miradas

El sonajero

El objeto intrascendente para la distracción infantil ha vuelto de entre los muertos como algo indestructible que destruye la perfidia del olvido

Fosa común de Paterna

Fosa común de Paterna / periodico

Josep Maria Fonalleras

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El periodista y escritor Carles Rahola fue fusilado en 1939 por varios artículos que le incriminaron ante un tribunal militar que consideró que aquellos artículos eran la excusa perfecta para un asesinato vengativo y premeditado. En uno de los textos, Rahola habla de un jardín para la infancia "donde se veía a niños que jugaban y ancianos que tomaban el sol". Por "inaplazables necesidades de guerra", en este jardín se construyó un refugio: "El Jardinet ha desaparecido y ahora hay grandes montones de tierra en su entorno". Rahola desea que los niños vuelvan a jugar y a leer en él y que reinen "en nuestra tierra paz, justicia, libertad y trabajo". Por eso le mataron.

En otro punto de la península, en Palencia, bajo un parque infantil similar, hace unos años se encontró una fosa común con más de quinientos cuerpos. Uno de ellos era el de Catalina Muñoz. Junto al esqueleto, un sonajero dañado por el tiempo, pero todavía con un estallido de colores. Era de un hijo suyo, Martín, que tenía pocos meses cuando fusilaron a la madre. Ahora tiene 83 años y ha vuelto a tocar aquel sonajero sepultado en la tumba. No se me ocurre una historia más triste ni, al mismo tiempo, más enternecedora. El objeto intrascendente para la distracción infantil ha vuelto de entre los muertos como algo indestructible que destruye la perfidia del olvido. El ruido sordo, insistente y lejano, de aquel sonajero es la música de la muda memoria de los dignos.