Opinión | Editorial

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Una segunda oportunidad para Colau

Barcelona en Comú aspira a consolidar un proyecto al que le faltaron tiempo y apoyos, además de experiencia

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Capital del independentismo o de sí misma, corona del nacionalismo o de la izquierda transformadora, la eterna pugna por Barcelona vive un nuevo capítulo. Atendiendo la aritmética municipal y las encuestas, entre Ada Colau y Ernest Maragall anda el juego. En caso de que ninguna alianza electoral sume 21 escaños, el candidato más votado será nombrado alcalde. En esta tesitura, Barcelona en Comú podría revalidar la alcaldía. Un nuevo mandato, una segunda oportunidad para consolidar un proyecto al que le faltaron tiempo y apoyos, y también experiencia.

La izquierda que brotó en las plazas llegó al ayuntamiento con solo 11 concejales. Una debilidad manifiesta que solo consiguió corregir en parte con un pacto con el PSC. Si la suma aún era exigua (15 de 41 concejales), la ruptura del acuerdo sumió al gobierno de Colau en una fuerte inestabilidad. Las condiciones de la fractura, traicionando los principios del pacto, provocó heridas en los socialistas que aún persisten. Las contradicciones que llevaron a romper ese acuerdo han marcado el debe del mandato de Colau. En su haber, la comprometida valentía con la que se ha enfrentado a determinados sectores económicos que quisieran de la ciudad un cortijo particular. Una batalla en la que no siempre ha contado con el apoyo imprescindible de otras administraciones.

El compromiso de Colau con la justicia social es incuestionable. Su apuesta ha sido y es una Barcelona más humana, más abierta, cohesionada, justa, feminista y defensora del medioambiente. No es fácil. Son muchos los intereses, las reticencias y las inercias por vencer. Las críticas a su gestión a menudo parten de una observación tributaria de una época en que la ciudad aún estaba por hacer y tenía modelos urbanos consolidados de los que aprender. Pero, ahora, las principales ciudades del mundo padecen problemas (y presiones) similares, necesitan repensarse y buscan fórmulas para afrontar el futuro. Barcelona está en ese debate. A veces, incluso, liderándolo. Los problemas complejos no tienen soluciones sencillas ni rápidas, aunque algunos pretendan vender crecepelos mágicos. Las cuitas identitarias tampoco ayudan al debate de la ciudad y, demasiado a menudo, enturbian la discusión. Barcelona necesita reflexión, coraje y suma de esfuerzos, es demasiado importante como para ser instrumentalizada.