Elecciones municipales

Un alcalde o alcaldesa que baile conmigo

Algunos candidatos y candidatas por Barcelona, durante 15 días quieren ser como nosotros, para luego olvidarlo durante cuatro años

La estación de Lesseps, durante la huelga de metro

La estación de Lesseps, durante la huelga de metro / periodico

Olga Ruiz

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El pasado viernes  intentaba llegar a mi destino en metro a pesar de la huelgahuelga, aliviaba el calor insoportable del andén con un improvisado abanico de papel, me ceñía a los dos centímetros de espacio que me correspondían en el vagón, mientras todo eso pasaba me dio por recordar el nulo conocimiento que tiene algunos de los candidatos y candidatas sobre el metro de Barcelona. No saben ni cuánto vale el billete, ni cuántas líneas hay ni cómo hacer transbordo entre ellas. No tienen ni idea porque no lo utilizan, no lo necesitan.

Lejos de ser un detalle menor, es el síntoma inequívoco de la disociación entre la política y el ciudadano y desvirtúa el verdadero sentido de unas elecciones municipales. Los aspirantes a alcalde o alcaldesa de nuestra ciudad tienen que absorber el fondo y las formas de hacer política de sus homónimos en municipios o pueblos pequeños. Tener el privilegio de ser alcalde o alcaldesa conlleva también el sentimiento de pertenencia a un colectivo, el de tus vecinos del que además, eres el máximo representante. No se puede ser el alcalde  de una ciudad a la que te asomas desde la ventanilla de un coche oficial. 

En los últimos días, converso con alcaldes y alcaldesas que no se presentan a la reelección pero que han dirigido pequeños consistorios durante años. Son mujeres y hombres admirables, desconocidos mediáticamente pero muy conocidos en sus pueblos y ciudades. Para ellos, es inconcebible ser alcalde y que los tuyos no te conozcan, que no te paren por la calle. Saben que les llevará más de una hora recorrer los trescientos metros que separan el ayuntamiento de su casa, no solo no les importa sino que lo agradecen, siempre llevan a mano una libreta y un boli para anotar las quejas y sugerencias de sus vecinos. Acaban siendo expertos en iluminación urbana, obra pública, ecología sostenible y otros tantos asuntos que afectan a sus conciudadanos.

Mientras, a los candidatos y candidatas por Barcelona, les podemos dejar una pregunta en un chat impersonal que atenderán amablemente durante una hora. El gesto se circunscribe a un acto de campaña electoral, como coger el metro. Debe estar al caer la bucólica imagen de algunos candidatos en un vagón de una de esas líneas que ni conocen ni volverán a utilizar en mucho tiempo. Durante 15 días quieren ser como nosotros, para luego olvidarlo durante cuatro años. Las campañas son como uno de esos viajes exóticos que incluyen una visita a una tribu autóctona, les molestamos durante un par de horas, nos hacemos fotos con ellos y después volvemos al hotel y a las comodidades. 

Los alcaldes con los que hablo tienen una función de obligado cumplimiento: bailar al ritmo de la charanga durante la fiesta mayor del pueblo, bailar con sus vecinos, ni se plantean escaquearse, ¡solo faltaría!  

No solo es un baile, es la quintaesencia de la política municipal. Yo, también quiero un alcalde o alcaldesa que baile conmigo ¿Y usted?