Elecciones municipales

Barcelona es libertad

La combinación de procesismo y adanismo ha sido letal para la capital catalana: ha perdido liderazgo y ha entrado en una etapa de letargo

Ilustración de María Titos

Ilustración de María Titos / periodico

Rafael Jorba

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Soy barcelonés de adopción. Nací en Igualada, la capital del Anoia, que desde el siglo XIV tuvo el privilegio de ser denominada “'carrer' de Barcelona”. La institución del 'carreratge' reforzaba la autonomía de la ciudad, que se liberaba así del yugo feudal -en nuestro caso de las pretensiones territoriales de los condes de Cardona- y quedaba bajo la tutela de Barcelona, 'no havent de concórrer a host ni a cavalcada ni a altra guerra' que cuando lo hacía con la enseña de la capital catalana.

Desde esta óptica, Barcelona era, es y debe seguir siendo sinónimo de libertad; de autonomía de gestión y de libertad de creación. Un estatus específico, que se recoge en la Carta de Barcelona, que le otorga no solo una capacidad de intervención en las infraestructuras y servicios -el puerto, el aeropuerto, el transporte metropolitano…-, sino también un papel de liderazgo, tanto de Catalunya 'endins' como de Catalunya 'enfora'. Barcelona, torre maestra de Catalunya en expresión de Rovira i Virgili, no puede renunciar a este papel capital.

Sí, Barcelona es capital, como lo subraya uno de los eslóganes de la campaña. Primero, es la capital de Catalunya, aquella torre maestra que tiene sus necesarios contrafuertes en el conjunto del territorio. Catalunya no tendría su lugar en el mundo sin Barcelona. Segundo, es la otra capital española, y lo es tanto en el terreno cultural como en el económico. Barcelona ha sido históricamente la capital de la edición en lengua castellana y la “fábrica de España”, en expresión de Josep Pla. Y tercero, es una capital de Europa; el teórico centro de gravedad de una eurorregión mediterránea llena de activos y atractivos.

Pasqual Maragall fue el alcalde que mejor interpretó y supo poner en valor todas estas potencialidades estratégicas de Barcelona. Ahora, cuando los principales candidatos a la alcaldía reivindican su legado, es de justicia recordarlo. No hablaré de las campañas que tuvo que soportar, incluso en el terreno de las calumnias más rastreras, pero sí destacaré un dato político de primer orden: sin los Juegos Olímpicos del 92 y la radical transformación de Barcelona que jalonó su celebración, nunca se podría haber activado el 'procés'.

No hay mal que por bien no venga, dice el refrán castellano. Son los cachorros del nacionalismo que entonces pusieron palos a las ruedas a la Barcelona olímpica -el 'president' Pujol se encargaba en paralelo de cortar las alas a la Corporación Metropolitana- los que hoy han podido impulsar la hoja de ruta independentista. Paradójicamente, sin el peso específico de la capital catalana y el lugar en el mundo en el que la situó la cita del 92, la conjura de los irresponsables -tomo prestado el título del libro de Jordi Amat- nunca habría podido materializarse.

Procesismo y adanismo

Barcelona tenía, tiene y tendrá capital y potencialidad. Sin embargo, el 'procés' soberanista y el adanismo -el hábito de comenzar una actividad como si nadie la hubiera ejercitado antes- de sus actuales gestores han erosionado estos activos. La capital catalana, en el mandato de Xavier Trias, acabó siendo un comodín que se puso al servicio de la astucia de Artur Mas y que culminó con el farol de Carles Puigdemont (Clara Ponsatí dixit: “Estábamos jugando al póquer e íbamos de farol”). También la alcaldesa Ada Colau, en nombre de la equidistancia, sacrificó su pacto de gobierno con Jaume Collboni por razones ajenas a la agenda municipal.

La combinación de procesismo y adanismo ha sido letal para la capital catalana. Barcelona, por una parte, ha perdido capacidad de influencia y de liderazgo, tanto en Catalunya como en el conjunto de España y en su área de influencia europea. Y, por otra, ha entrado en un período de letargo y repliegue en sí misma: la desconfianza dogmática hacia el turismo, el buenismo en materia de seguridad, la incapacidad para activar una política de vivienda o la actitud timorata en la apuesta por la Agencia Europea de Medicamentos.

He aquí, en síntesis, el contexto de la cita electoral del 26-M. No voy a abrumarles con porcentajes. Suscribo el análisis de la directora del GESOP, Àngels Pont, sobre el sondeo que publicó el martes este diario: los datos reflejan las tendencias de la generales del 28-A, pero constatan también el perfil propio que tienen las municipales (solo un 54% tiene decidido votar al mismo partido y un 20% dice que lo hará por una fuerza política distinta). Política viene de polis, la ciudad de la antigua Grecia. Es de esperar que la campaña sea su ágora, es decir, el espacio de debate y encuentro sobre el futuro de Barcelona.