ANÁLISIS

La Inglaterra que domina

Messi y Cristiano han retardado durante una década los previsibles éxitos de los equipos de la Premier

Los jugadores del Liverpool se abrazan tras la clasificación ante el Barça.

Los jugadores del Liverpool se abrazan tras la clasificación ante el Barça. / periodico

Axel Torres

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Aún recuerdo la noche de Moscú. Fue larguísima, y más si al terminar uno se fijaba en la hora que marcaban los relojes rusos. El Manchester United acababa de derrotar al Chelsea en la primera final íntegramente inglesa de la historia de la Champions y Cristiano Ronaldo levantaba su primera Copa de Europa. Tres conjuntos de la Premier habían llegado a semifinales: el Liverpool había caído ante los londinenses azules y el moribundo Barcelona de Rijkaard era el único extranjero en un cuadro final con pronunciado acento británico. El dinero de la televisión estaba catapultando a los clubs de las islas por encima de todos los demás y parecía que aquello se iba a convertir en tendencia. Era el 2008 y los periódicos anunciaban el inicio de un dominio infinito. Sin embargo, lo que auguraban próximo ha tardado una década en suceder. Es el 2019 el año del Imperio.

En realidad, lo extraordinario ha sido lo ocurrido hasta ahora. Que la liga económicamente más poderosa de Europa no haya canibalizado los torneos continentales sólo se explica porque dos jugadores de época, Messi Cristiano, han liderado a los dos clubs más gigantescos del fútbol español. Han desafiado la lógica del mercado y en cierto modo han aprovechado que el modelo hispano haya tendido a potenciar más a sus dos grandes marcas mientras el inglés generaba una competencia mayor en las cumbres. España tenía a los dos mejores equipos del mundo e Inglaterra intentaba vender una batalla a seis: más candidatos al título doméstico pero menos tiranos para conquistar el exterior.

¿Una nueva era?

Ahora, cuatro equipos de la Premier coparán las dos finales europeas, un fenómeno sin precedentes. Convendría no sacar conclusiones definitivas ni dar por sentado que se trata del inicio de una era: al fin y al cabo, sólo el Arsenal pasó con holgura en las semifinales. El Chelsea se clasificó por penaltis; el Tottenham, con un gol en el minuto 95, y el Liverpool, por muy impresionante e insospechada que fuera su remontada, ganó al Barça por un global de 4-3. Para que esto se convirtiera en tendencia debería repetirse varios años más, o los triunfos ingleses deberían ser tan incontestables que no apreciáramos competencia entre sus equipos y los demás.

Lo que sí debería preocupar al resto de países es que Inglaterra parece haberse entregado definitivamente a la metodología foránea. Su contexto y su cultura siguen resultando muy atractivos para los profesionales del fútbol -¿en qué otro país las estrellas pueden sentarse solas en una cafetería en el centro de una gran ciudad y tomar un espresso a las cuatro de la tarde sin temor a ser molestadas?-, pero el progreso está llegando a partir de la enseñanza de profesionales procedentes de las naciones futbolísticamente dominantes de los últimos 30 años (España, Alemania, Italia…). De este modo se está escribiendo la combinación perfecta: el dinero de la Premier, el ambiente de siempre de los campos ingleses para generar atmósferas de entusiasmo que ganan partidos y el libreto táctico de los entrenadores que se han formado en las grandes escuelas.

Y aunque se quiera usar este éxito de todos los demás como un argumento para quitar valor a la temporada del Manchester City, en realidad el gran comportamiento europeo de sus competidores en la Premier otorga más mérito aún a los resultados ligueros del conjunto de Pep Guardiola.