Elecciones municipales

Barcelona, inercia y ralentí

Se precisa un liderazgo que sepa suscitar consensos en torno a grandes proyectos de transformación

opinion  ilustracion  de leonard beard

opinion ilustracion de leonard beard / periodico

Xavier Bru de Sala

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Gobierne quien gobierne, en Barcelona perdurará el "legado Colau": la incorporación de una sensibilidad social que había quedado enterrada por el franquismo y adormecida más tarde por la sociovergencia. Total, tres cuartos de siglo sin tener en cuenta a los más débiles. No se puede afirmar que no se les invocara, pero las escasas políticas a favor de la justicia social de los 80 y 90 fueron esporádicas y efímeras. Luego vino la gran crisis y los de arriba como si oyeran llover. O peor aún, haciendo llover sobre mojado.

Una vez reincorporada esta sensibilidad, de tradición más que secular, al carácter colectivo, convendría poner manos a la obra de una vez por todas. Barcelona lleva demasiado tiempo sin ambición ni proyecto. Solo gestión, y aun con claroscuros. Si no deja de ir al ralentí y de avanzar por inercia, si no acelera de lo lindo se quedará atrás, tal vez ya de manera irrecuperable, en la feroz competición global.

Catalunya debe invertir energías y facilitar el nuevo despliegue de BCN

Se precisa un liderazgo que no solo lo asuma como gran prioridad sino que sepa suscitar consensos en torno a grandes proyectos de transformación. Gobierno fuerte, inclusivo, abierto a tantos sectores y sensibilidades como sea posible. Debate y acuerdo. Debate y decisión. Deprisa, deprisa. Tomar empuje, desplegar las alas, no aflojar.

Al principio de la campaña electoral no sabemos hasta qué punto la sombra del 'procés' eclipsará el debate intrínsecamente barcelonés. Si el eclipse es parcial, dispondremos de espacio para discutir el asunto primordial del relanzamiento. Si resulta en cambio que la campaña se polariza alrededor del independentismo, en forma de freno o de impulso, si se vuelve subsidiaria, la causa soberanista no ganará nada y Barcelona perderá la posibilidad de volver a ocupar un espacio propio, definido, con personalidad, en el imaginario colectivo. La autoestima de Barcelona está por los suelos desde el famoso referéndum del tranvía de mayo del 2010, y no la recuperará a base de contribuir como un alfil o un peón a favor o en contra de una causa que comparte pero no le es específica.

Si en vez de pasar toda la campaña pendientes de los posibles pactos postelectorales y su incidencia en la política general, no en la municipal, consiguiéramos introducir la cuestión del protagonismo, del empuje, de los proyectos, los beneficios serían para todos y no habría perjudicados. En otras palabras, lo que el proceso ha dividido, que no es tanto como los apocalípticos afirman pero tampoco conviene para nada ocultarlo, Barcelona puede unirlo. Debe unirlo. La causa soberanista despierta adhesiones y rechazos. La causa de Barcelona, si se presenta de nuevo en sociedad, solo puede suscitar unánime entusiasmo colectivo. El orgullo de ciudad ha estado siempre estampado en la cara de la moneda catalana, el orgullo de país en la cruz.

Barcelona y Catalunya son un tándem. Y cuando Catalunya deja de pedalear, que es lo que ocurre en la presente etapa -bastante trabajo tiene para recuperarse tras el esfuerzo fallido del otoño del 2017- Barcelona debe redoblar esfuerzos. Esta es la cuestión. Si ninguno de los dos pedalea, la bicicleta perderá velocidad, se quedará atrás y lejos del circuito de las ciudades líderes en el mundo global. Si quiere seguir siendo un país avanzado, Catalunya debe invertir energías y facilitar el nuevo despliegue de Barcelona. Sin reticencias, con generosidad y la conciencia del mutuo beneficio. Va por el Pallars o el Montsià, pero aún más por los municipios de la primera y la segunda corona. La causa de Barcelona es la de todos. Si existe todavía país, si hay gran conurbación es porque somos herederos de unas generaciones que lo dieron todo por Barcelona. Con incansable obstinación emprendieron la obra titánica de dimensionar la ciudad por encima de lo que corresponde al tamaño del país. Este era el baluarte que todo lo salvaba. Este es el espíritu que conviene recuperar, sin exclusiones pero con una perspectiva estratégica y un objetivo claro: ganar dimensión, calidad y potencia. Y ello significa habitantes.

Por mucho que lo queramos esconder, la prueba del nueve del peso es el número de habitantes. En poco más de diez años, la población de Catalunya pasó de seis a siete millones y medio. La ola que lo propiciaba se frenó. Hay que recuperarla de forma que en los próximos 12 demos un salto hasta los nueve. Deberíamos ser nueve millones y no llegaremos a esta meta sin ensanchar y acelerar el motor de Barcelona. Es decir, sin hacerla crecer urbanizando nuevas zonas y edificante en altura, cuanto más cerca de un eficiente transporte público mejor.