CAMPAÑAS ELECTORALES

Sí, se oye

La ronda de dos días en la Moncloa ha dividido a la derecha más de lo que intentó el PSOE con los debates

Pedro Sánchez recibe a Albert Rivera en la Moncloa, este martes.

Pedro Sánchez recibe a Albert Rivera en la Moncloa, este martes. / periodico

José Luis Sastre

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Resultó que el silencio estaba al final, después de la campaña. ¿Lo oyen? El único que no deja oírlo es Albert Rivera, al que das los buenos días y te responde con el 155. Rivera se olvidó de cuando repetía que no existían las izquierdas y las derechas y cuando predicaba sobre el centro: le puso un 'cordón sanitario' al PSOE, posó sin remilgos en la foto junto a Vox y pugna por el centro de José María Aznar como patrón de la derecha, agitando la polarización. Por eso promete una oposición de verdad, como solo puede prometerla quien se abrazó muy fuerte a Pedro Sánchez, y rompe el silencio que los demás guardan aunque esté por empezar una campaña nueva.

Quién lo iba a decir, que despegaría otra carrera hacia las urnas con esta desgana, pero así han dejado las cosas las urnas, con Vox en su sitio y el PP silente, digiriendo el 'shock' y preguntándose por las vidas que tendrá su nuevo líder, si es que tiene más de una; con el PSOE haciendo para que pasen las horas y Unidas Podemos pidiendo discreción y silencio. Discreción y silencio, el partido que iba a fulminar los reservados de los restaurantes y a retransmitir las reuniones en directo. ¿Reconocería aquel Pablo Iglesias a este Iglesias? ¿Se reconocería alguno? "La discreción no es incompatible con la transparencia", llegó a decir Irene Montero. En la política en la que apenas quedaban novedades por ver, todavía teníamos pendiente este exotismo: una pegada de carteles en medio del recogimiento general, roto solo por Rivera para que nadie olvide Catalunya.

Al final de la campaña, entonces, se acababa la crispación, o al menos se relajaba, y los cuatro grandes partidos eran capaces de verse y de hablar; que es lo mínimo, dirán, pero no deja de ser sustantivo, porque les desenmascara y demuestra que algunos rebajaron el nivel a cambio de unos cuantos miles de votos. O ni eso siquiera. "No hubo descalificaciones personales", sostiene Pablo Casado con el mismo aplomo con que llamaba traidor y felón a Sánchez y aplaudía a quien le acusaba de compartir mesa con pederastas y asesinos. Pelillos a la mar, que todo era mentira.

Viejas facturas

Ahora Sánchez les convoca -ni siquiera tiene el detalle de citarles en el Congreso- y se ofrecen a acuerdos de Estado, para que todos vean su talla y, de paso, nadie deje de hablar de Sánchez sin necesidad de que Sánchez comparezca. Esa estrategia la vimos antes, en Santiago Abascal sin ir más lejos: no hace falta decir para que digan de ti. La ronda de dos días en el Palacio de la Moncloa ha acabado por dividir a la derecha más de lo que intentó el PSOE con los debates de la tele y ha ofrecido la imagen de un Iglesias breve y apocado. Sánchez, que nunca olvida, parece estar cobrándose las viejas facturas de golpe. Pero, en fin, por lo menos hablan, que ya es algo después de la escalada de crispación que amenazó con volver el aire irrespirable. Hablan, aunque escondan la verdad de lo que se cuentan. Guardarán sus secretos hasta que las urnas digan de nuevo. Y mientras pues será que sí, que se oía un silencio extraño y abrumador.