Debacle del Barça

¡Viva el fútbol!

Los fracasos forman parte de la vida y hay que saberlos gestionar; ser justos con quienes nos han dado tantas alegrías forma parte de esa gestión, más allá de rasgarse las vestiduras

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Carles Francino

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“Papá, nos van a eliminar”. Mi hijo Iván tiene solo 9 años recién cumplidos, pero ya apunta dotes de pitoniso... o de culé atormentado. En la segunda parte se lo veía venir; y yo también. La otra noche le dimos pase pernocta para saltarse el horario habitual y vivimos -sufrimos- juntos la debacle de Anfield arropados con bufanda y camiseta. Cuando después de los cuatro papirotazos del Liverpool le acompañaba a su cuarto, donde su hermana Lucía -le importa menos el fútbol- dormía plácidamente, me limité a decirle: “De esto también nos acordaremos”, a lo que respondió con un lacónico y resignado “sí, claro”.

No hubo lágrimas, no hubo aspavientos; yo desde luego me esforcé por no transmitirle que esa derrota era un drama. Porque creo, sinceramente, que no lo es. No sé cuándo empezó la moda pero hoy todo es a vida o muerte: la política, la música, el cine, la gastronomía, la televisión, la radio, las amistades, los deseos, la identidad... ¡Me niego a meter en el mismo saco algo tan sano como el fútbol! Y a familiares, amigos -en especial a Michael Robinson- y conocidos -incluido algún madridista que se consolaba en desgracia ajena- les envié después de la zurra el mismo mensaje: “¡Viva el fútbol!”. Iván ha crecido asistiendo en directo a cómo el Barça le ganaba una Copa del Rey al Sevilla en el Calderón, ha visto a Messi a 50 metros mostrar su zamarra con el '10' al público del Bernabeu después de un gol victorioso en el último minuto, se ha estrenado como espectador en el Camp Nou como regalo de cumpleaños y, en general,  identifica los colores 'blaugrana' como sinónimo de victoria. Pero me  alegro de que también vaya aprendiendo lo que significa la derrota, que la saboree, porque además me sirve a mí como adulto para reciclarme.

El deporte en general, pero el fútbol en particular, no se rige por las matemáticas; y por eso es tan imprevisible, tan apasionante y tan hermoso. Ignoro si hay que hacer limpieza del vestuario en verano, si ordenar que Coutinho peregrine a Montserrat, o exigir a voz en grito la destitución de Valverde  -prefiero que se quede y que intente hacer bueno el refrán de “a la tercera va la vencida”-,  pero sí sé que los fracasos forman parte de la vida y hay que saberlos gestionar. Ser justos -y generosos- con quienes nos han acompañado y nos han dado tantas alegrías forma parte de esa gestión, más allá de rasgarse las vestiduras de forma dramática u oportunista. Y saber reconocer cuando el rival es mejor que tú -y aplaudirle por ello- resulta el camino más adecuado para empezar a crecer. Yo lo intento con mi hijo. ¿Por qué no pueden hacerlo el Barça y sus aficionados? Creo que es más divertido. Y más provechoso.